En el museo de Reims

Café Con/suelo

Me reencuentro con un amor antiguo En el museo de Reims. Cuando leí por primera vez en italiano Lo stadio di Wimbledon» y Atlante occidentale, quedé atrapado en la bruma de lo que no se puede tocar, en ese espacio que alumbran los faros de un coche y que siempre cambia de lugar cuando avanzamos. La escritura de Del Giudice está llena de desapariciones y de ausencias: estar lleno de ausencia como forma de entender la escritura. En el museo de Reims es un texto etéreo sobre la visión y las huellas de una visión que se pierde, hermano (o padre, pero sin saberlo, porque lo descubro ahora), del relato ‘Cuerpos extraños intraorbitarios’ que incluyo en el libro Gabinete de la posibilidad (Ediciones Comisura).

En el fragmento de la fotografía, Barnaba, que está perdiendo la vista, se encuentra en el museo con la joven Anne y ambos contemplan el cuadro titulado ‘L’enfant distrait’, de Nicolas Taunay (un cuadro que no existe fuera del espacio narrativo del museo de Reims). Ambos observan y ella describe e inventa detalles para él. Le habla de un niño y de una cometa, pero, cuando Barnaba quiere saber la verdad, entonces los faros del coche alumbran ya a un lugar distinto.

Le dice Anne, antes de despedirse para siempre: «Hay personas que están todas ellas al borde de sus ojos. Se asoman allí. No depende de sus cualidades interiores, quizás otros, más ricos dentro, tienen una mirada que no llega hasta la pupila, se detiene antes, quién sabe dónde, qué se yo, en el diafragma, en el pecho, o por algún lugar de la cabeza. Yo no sé cómo ve usted, pero su mirada se ve muchísimo. Usted está todo ahí, al borde de sus ojos».

Editorial Días Contados. El prefacio y la traducción son de J. Á. González Sainz.

El hilo tendido entre Didi-Huberman y Fred Sandback

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Georges Didi-Huberman pronunció ayer en el CENDEAC su conferencia ‘La emoción en un hilo’, donde reflexiona acerca de las obras del minimalista Fred Sandback.

Hace unos años se publicó en Anthropos un extenso artículo sobre deseo y ética de la memoria en Didi-Huberman que traduje del italiano con entusiasmo e incertidumbre. Traducir teoría estética o filosofía, traducir el pensamiento, es tender un hilo extraordinariamente frágil entre dos lenguas. Entonces no pensé que algún día tendría la oportunidad de escuchar al gran teórico de la imagen frente a un aforo reducido, y que nos invitaría a pensar la diagonal, las escenografías filiformes, la escritura de la imagen y los dibujos en el espacio.

Enrique Rey, que estaba entre el público, preguntó al final de la conferencia sobre el valor de los términos o de los extremos, de esos puntos unidos teóricamente por el hilo y que en la obra de Sandback están muchas veces ausentes. En realidad, preguntaba Enrique por la importancia de esa ausencia para entender el efecto emocional de la obra: un hilo huérfano, sin límites, sin función. Didi-Huberman se sacudió la pregunta, comprensiblemente exhausto, aduciendo que en los extremos del hilo siempre hay algo, aunque sea un hilo más fino y apenas perceptible.

Esto me devolvió a una antigua obsesión personal (omnipresente cuando escribo) por los límites y los confines, por preguntarme dónde terminan las cosas (si es que acaso terminan). Precisamente, en el diálogo posterior a la charla, Miguel Ángel Hernández planteó también la posibilidad de hacer extensible la obra (un hilo) a su sombra, al dibujo que proyecta sobre otra superficie, a su vez cambiante. (O al zumbido penetrante del neón en una sala silenciosa). ¿Cuáles son los límites de un cuerpo? Si hay volumen y movimiento, si puedo hacer girar el cuerpo o girar yo mismo a su alrededor, ¿el cuerpo ya no tiene límites?

El Ray Bradbury de la cosa

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«Mario Aznar como un futuro (o presente) Ray Bradbury de la cosa».

Ya quisiera yo que lo de arriba fuera cierto, pero eso no quita que, contra la dictadura de la novedad, Fernando Menéndez haya firmado hoy esta juguetona y generosa lectura de Too late en el periódico La Nueva España.

Aún guardo la máscara que no me quité en el acto de entrega del Tigre Juan.

La destrucción de la torre de Pisa, Miquel Bauçà

Nueva reseña

Nueva reseña en Lector salteado: La destrucción de la torre de Pisa, Miquel Bauçà (Kriller71, 2020). Por Mario Aznar.

No esperes más y pincha AQUÍ para leer la reseña completa.

El narrador de Bauçà se denigra ferozmente, exhibe sus puntos débiles, que casi siempre son los nuestros, y lo hace con un estilo heterogéneo, a ratos expresionista, íntimo y alucinado.

Too late

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Es un placer para mí compartir con vosotros la publicación de Too late, que condensa la respiración literaria de varios años. Editado por La Navaja Suiza, se trata de un ejercicio narrativo híbrido que acoge varias capas de lectura y diversos temas: el fracaso, la posibilidad creativa del error o la conversación entendida como forma de arte.

La novela, dividida en tres tiempos, relata el proceso de metamorfosis de uno de sus personajes (o de todos ellos) en busca del acto definitivo de resistencia creativa: un viejo crítico literario –el Crítico– escribe sus últimas palabras desde un piso destartalado en Nápoles; un prestigioso escritor –el Autor– baja de un tren en Turín dispuesto a zanjar su relación con el mundo exterior; mientras, un personaje con las manos tatuadas –y que nos resulta extrañamente familiar– trata de reconstruir la historia escuchando desde una mesa cercana la delirante conversación que ambos mantienen.

Too late nace de una larga conversación mantenida con Enrique Vila-Matas durante el verano de 2018, conmigo a las puertas del abismo y al término de mi investigación doctoral. Las respuestas del escritor figuran íntegramente en el texto según él mismo las elaboró, dando voz al personaje del Autor en una apuesta oulipiana por jugar en serio.

A EVM no puedo mas que agradecerle también la generosidad de ceder los dos textos que cierran el libro como un castillo de fuegos artificiales. Agradezco también a La Navaja Suiza su confianza y su buen hacer, y a Miryam Pato la ilustración de cubierta, que funciona como una lucidísima metáfora del libro.

En la ciudad donde nací es tradición criar gusanos de seda desde la infancia para aprender el ciclo vital y la metamorfosis de las mariposas. Son animales inofensivos y para congraciarse con ellos tan solo hay que alimentarlos con hojas de morera y observar. En estos seres pensó mi tía el último día de su vida. En su blancura y en su suavidad. Ya en su momento me pareció una imagen entrañable, aunque también enigmática, pues no desconocía el interés que mi tía profesaba por la reencarnación, representada de forma evidente y hasta grosera por la oruga pálida que en cuestión de días reviviría transformada en una vigorosa polilla —incapaz, eso sí, de alzar el vuelo.  

Lo podéis encontrar ya en vuestra librería de confianza.

También podéis conseguirlo online en las plataformas que ya todos conocéis (incluidas las webs de grandes librerías como La Central) o a través de Todostuslibros.

Ojalá os interese. Si fuera así, me encantará conocer vuestras impresiones. Un abrazo.

Más información: https://www.lanavajasuizaeditores.com/libro/too-late/

Presentaciones en junio de 2022:

diferre

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Sensibilidad como facultad o como cualidad. Facultad como potencia. El arte es siempre potencia. Según cierto filósofo o sociólogo polaco de origen judío: toda obra de arte lo es porque permanece imperfecta en su perfección. Lo sensible, en una de sus acepciones más extendidas, se refiere a aquello «que puede ser conocido por medio de los sentidos». Obviando, bien por falta de espacio o bien por espacio de más, qué puede ser conocido, nos quedamos con que los sentidos son: el cuerpo: un conjunto muy aparatoso de procesos orgánicos que solo conocen el tiempo presente: el presente: el ente: lo que es o su prejuicio. Cuando Van Gogh pasa la tarde frente a una iglesia y después pinta L’Église d’Auvers-sur-Oise (1890), está, de alguna manera, riéndose de sus sentidos. En representaciones plásticas como la Escena de caza del rey Asurbanipal (s. VII a.C.) o en las pinturas francesas e inglesas del XVII, en las que se representan cacerías y carreras de caballos, se pinta al animal con las cuatro patas totalmente extendidas para transmitir la sensación de movimiento y velocidad. Sin embargo, la fotografía nos ha permitido, años después de la realización de estas obras, comprobar que ningún caballo real galopa de esta manera. En este caso, quizá los sentidos se rieron del artista. Pero ¿acaso un árbol deja de serlo porque Mondrian se ría de él? Un gran escritor de cuyo nombre no quiero acordarme gritó: «Ese hervidero de plumas asustadas que quieren clavarse como un grito siempre por proferir. Siempre ahí, que voy, en un no-ahí que es me quedo». La sensibilidad puede ser el contacto que establecemos mediante los sentidos con un mundo al que damos, por el motivo que sea, la prioridad de lo real. Sin embargo, las vueltas que damos al día en ochenta y más mundos caracterizan la visión del artista que establece, no siempre con placer, una distancia o extrañamiento que, refiriéndose al arte de la palabra, algunos han llamado literariedad. La distancia entre las palabras y las cosas evita o posterga indefinidamente el contacto con lo sensible. Quien escribe, inevitablemente, vive para después. ¿Podemos entender la insensibilidad como condición irrefutable del arte? Si estoy observando la iglesia, no la pinto; si estoy trepando el árbol, tampoco. Mientras la primavera eclosiona delante de mis ojos, bajo el tacto de mis manos, no hay sinfonía que valga. Si hago el amor y acaricio y sudo y siento el apagón del cuerpo, no puedo narrarlo. El artista debe tal vez renunciar a sentir si quiere crear. Si no, como criticaba Schopenhauer, abrirá un libro y se pondrá a leer.

[Este texto se publicó originalmente en papel en la ya extinta Borrador. Revista cultural, nº2 (2015)]

Imagen: Laundromat at Night, 2008, Lori Nix.

Nota mental: no llamar a mi abuela todos los días a la misma hora

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Ayer decidí llamar a mi abuela cada día a la misma hora para asegurarme de que no se ha caído sola en su casa y se ha muerto. Hoy se me ha olvidado. Y está bien que así sea para que no se acostumbre, y si un día, como hoy, se me olvida, no piense que me he caído solo en mi casa y me he muerto.

Imagen: Carlo Alfano, Frammenti di un autoritratto anonimo N. 69, ca. 1970.

Las niñas prodigio, Sabina Urraca

Nueva reseña

Nueva reseña en Lector salteado: Las niñas prodigio, Sabina Urraca (Fulgencio Pimentel, 2020 [2017]). Por Mario Aznar.

No esperes más y pincha AQUÍ para leer la reseña completa.

Ternura, perversión, miedo, vitalidad, sexualidad o irreverencia son algunos atributos de su escritura que resultan asimilables a las sensaciones del lector, quien, confundido, sale de este libro boqueando y renovado, como de un baño frío.

Desarrollo, extinción, espera

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No sé qué estaba haciendo cuando he encontrado esta frase de Horacio Quiroga, abducida de su imperfecto Decálogo del perfecto cuentista: «Más que ninguna otra cosa, el desarrollo de la personalidad es una larga paciencia». Entonces he recordado —cuántas veces esto de recordar citas es solo un recurso y qué pocas es tan cierto como lo es hoy— una frase de T.S. Eliot con la que alguna vez encabecé un blog primitivo y olvidado: «El progreso de un artista es un continuo autosacrificio, una continua extinción de la personalidad». La idea de continuidad y de paciencia me parecen por momentos la misma cosa, aunque el uruguayo selvático hable de desarrollo y el de Misuri lo haga de extinción y sacrificio. De apagamiento. Puestos a recordar  —y el recuerdo es tal vez el enlace entre el desarrollo y la extinción—, como quien le pide fuego a un desconocido le pido a mi memoria que me alcance esa otra frase que la artista Nasreen Mohamedi escribió en sus Diarios: «La espera forma parte de una vida intensa». Estas palabras, que una vez leídas no he conseguido olvidar, encierran a Quiroga y a Eliot en una caja de resonancia donde la personalidad es por fin —y al mismo tiempo— desarrollo, extinción y espera.

Imagen: Nasreen Mohamedi. Sin título (Untitled), Ca. 1975.