Sensibilidad como facultad o como cualidad. Facultad como potencia. El arte es siempre potencia. Según cierto filósofo o sociólogo polaco de origen judío: toda obra de arte lo es porque permanece imperfecta en su perfección. Lo sensible, en una de sus acepciones más extendidas, se refiere a aquello «que puede ser conocido por medio de los sentidos». Obviando, bien por falta de espacio o bien por espacio de más, qué puede ser conocido, nos quedamos con que los sentidos son: el cuerpo: un conjunto muy aparatoso de procesos orgánicos que solo conocen el tiempo presente: el presente: el ente: lo que es o su prejuicio. Cuando Van Gogh pasa la tarde frente a una iglesia y después pinta L’Église d’Auvers-sur-Oise (1890), está, de alguna manera, riéndose de sus sentidos. En representaciones plásticas como la Escena de caza del rey Asurbanipal (s. VII a.C.) o en las pinturas francesas e inglesas del XVII, en las que se representan cacerías y carreras de caballos, se pinta al animal con las cuatro patas totalmente extendidas para transmitir la sensación de movimiento y velocidad. Sin embargo, la fotografía nos ha permitido, años después de la realización de estas obras, comprobar que ningún caballo real galopa de esta manera. En este caso, quizá los sentidos se rieron del artista. Pero ¿acaso un árbol deja de serlo porque Mondrian se ría de él? Un gran escritor de cuyo nombre no quiero acordarme gritó: «Ese hervidero de plumas asustadas que quieren clavarse como un grito siempre por proferir. Siempre ahí, que voy, en un no-ahí que es me quedo». La sensibilidad puede ser el contacto que establecemos mediante los sentidos con un mundo al que damos, por el motivo que sea, la prioridad de lo real. Sin embargo, las vueltas que damos al día en ochenta y más mundos caracterizan la visión del artista que establece, no siempre con placer, una distancia o extrañamiento que, refiriéndose al arte de la palabra, algunos han llamado literariedad. La distancia entre las palabras y las cosas evita o posterga indefinidamente el contacto con lo sensible. Quien escribe, inevitablemente, vive para después. ¿Podemos entender la insensibilidad como condición irrefutable del arte? Si estoy observando la iglesia, no la pinto; si estoy trepando el árbol, tampoco. Mientras la primavera eclosiona delante de mis ojos, bajo el tacto de mis manos, no hay sinfonía que valga. Si hago el amor y acaricio y sudo y siento el apagón del cuerpo, no puedo narrarlo. El artista debe tal vez renunciar a sentir si quiere crear. Si no, como criticaba Schopenhauer, abrirá un libro y se pondrá a leer.
[Este texto se publicó originalmente en papel en la ya extinta Borrador. Revista cultural, nº2 (2015)]

Imagen: Laundromat at Night, 2008, Lori Nix.