Hace poco comentaba Ignacio Echevarría en El Cultural que quienes se dedican a la edición suelen ser lectores algo desplazados, pues para ellos el calendario de lecturas a menudo corre con unos cuantos meses de antelación. Eso me hizo pensar que quienes nos dedicamos a la crítica somos lectores también algo desplazados, pero nuestro calendario de lecturas a menudo corre con unos cuantos meses de retraso.
Al menos el mío.
Cuando uno se pregunta qué es la crítica literaria, se encuentra con que las respuestas son múltiples y difusas. Sobre todo si conseguimos sacudirnos el polvo del recomendador, el publicista y el prescriptor, sucedáneos que solo tienen verdadera razón de ser cuando se dan por añadidura, como consecuencia, como daño colateral. Me gusta pensar la crítica como punto de encuentro entre varias de sus posibles acepciones: una forma de esclarecer el texto, una manera de expandirlo y una suerte de autobiografía. Este tipo de crítica, tan próxima a convertirse en un animal mitológico, requiere lentitud y sosiego.
Por eso Lector salteado no es una mesa de novedades sustituibles y efímeras. Por eso primero los libros nacen y se amontonan, se conocen entre sí, echan raíces, establecen sus relaciones y sus afectos, y entonces llego yo y los separo, los secuestro durante unos días, incluso durante unas semanas, y los leo para mí y para vosotros. El resultado de esas lecturas algunas veces se publica y otras no. Así es y así debe ser para mantener la independencia, el criterio y la ilusión.
Cuando salen las listas con los mejores libros del año (a las que creo haber renunciado ya definitivamente), compruebo que la mayoría son libros que no me interesan, y los que sí, son libros que aún tengo pendiente leer. Sobre mi mesa, ahora mismo, seguramente estén la mayoría de los libros que leeré en 2022. En ese retraso me deleito, en el placer de llegar tarde y a mi ritmo, cuando las novedades son otras y los mejores libros del año son otros, siempre otros. Ese es mi compromiso con vosotros: llegar tarde, pero aseado y bien comido. A vosotros, lectores y lectoras de este espacio incógnito que no sale en los mapas, os debo el disfrute de mis lecturas, la independencia de mis opiniones y la fortaleza para resistir al vértigo que desde fuera trata de imponerse.
Poco dado a los aspavientos, he dejado pasar en silencio que este año Lector salteado ha cumplido 5 años. Cinco años son muchos para un huerto que necesita cuidados, abono, agua y sol, pero cuyos frutos no son siempre comestibles o sencillamente no siempre son. Un lustro que ha pasado en un abrir y cerrar de ojos acompañado por el buen hacer de Maria Ayete (a quien no puedo dejar de dar las gracias) y por la calidez y la confianza de una reducida pero inmejorable comunidad de lectores y amigos.
Quienes nos siguen desde el principio saben que Lector salteado es un lugar de resistencia; quienes acaban de subir al barco no desconocen que esa lectura desplazada no está reñida con el eco de las tendencias más actuales; y los lectores que aún estáis por venir, sabed que en esta casa llegar tarde no es una falta de respeto, sino todo lo contrario: un homenaje a vuestro inconformismo y a vuestra exigencia.
En definitiva, si tuviera potestad para publicar los nombres de todos los lectores salteados y desplazados que conformáis nuestra familia, el resultado sería la lista de los mejores lectores del año. En este mundo de escritores que no leen (e incluso de lectores que no leen), sin duda esta sería la única lista que merecería la pena compartir.
Gracias por seguir ahí. Nos seguimos leyendo (también en 2022).
Imagen destacada: Ulises Carrión, Don’t read, 1975.