Las madres no, Katixa Agirre

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Por Maria Ayete Gil

 

La editorial Tránsito, que viene dándonos alegrías desde septiembre del año pasado con La azotea, de Fernanda Trías (ya por su cuarta edición), ha dado a luz una sexta publicación: Las madres no, la última novela de Katixa Agirre (Vitoria-Gasteiz, 1981), publicada originalmente en euskera y novela más vendida en esa lengua en 2018.

No quisiera adentrarme demasiado en el entramado argumental de la novela, pues lo que me interesa realmente es tratar de ir más allá, justamente al lugar donde, creo, la novela de Agirre cobra todo su significado. ¿Dónde, exactamente? A ese plano de la realidad establecido por una ideología que viene ya de largo y que estipula los criterios (a estas alturas inconscientes) de normalidad en el ámbito de la maternidad. Pero eso vendrá después…

Mientras una mujer está a punto de parir, otra mata a sus dos bebés ahogándolos en la bañera. La segunda, cuya personalidad será una incógnita hasta el final, resulta ser antigua conocida de la primera, narradora del texto, madre primeriza y escritora de una novela sobre el infanticidio recientemente cometido por esa segunda. Dividida en dos partes de similar extensión, Las madres no expone, en la primera mitad, la conmoción de la narradora ante el reconocimiento de la madre-asesina, un estado de inmovilismo que rápidamente se torna en obsesión y que pone en marcha el proceso de investigación sobre el asesinato de los niños. Las notas de la investigación –el texto al que accedemos– le servirán para la escritura de una novela. En ese proceso, el ensayo, la ficción y la crónica se entremezclan para, entre otros motivos, problematizar los tabús y las convenciones sociales, repensar las relaciones entre creación y maternidad o, siguiendo la línea de Carrère o Miguel Ángel Hernández, reflexionar en torno a la legitimidad (moral, legal, social, pragmática, literaria) de la ficción para abordar sucesos violentos reales. En la segunda mitad, en la que atendemos a las sesiones del juicio contra la infanticida, la verdad y el esclarecimiento de los motivos del crimen quedarán relegados en favor de la lucha por el relato ganador en el escenario teatral del juzgado.

El trabajo con la voz narrativa es, con seguridad, uno de los grandes éxitos de la novela, sobre todo en la primera parte, pues Agirre logra una primera persona cuyo tono y cadencia gozan de la total credibilidad del lector y se amoldan perfectamente al compás de los capítulos cortos que dominan el texto, resultando en una lectura dinámica y fresca, no exenta de chispazos brillantes de ironía. Sin embargo, estas propiedades, sin duda reveladoras de una escritura que sabe de su oficio, parecen desdibujarse en la segunda parte, caracterizada por un ritmo mucho más pausado y denso, y por una voz que parece haber perdido nervio.

Ahora bien, para dejarlo claro: Las madres no, ni es una suerte de manual de autoayuda del tipo “cómo ser madre, y a la vez escritora, y no morir en el intento”, ni se asoma a un thriller pseudopolicíaco sobre el asesinato de dos bebés recién nacidos. Bien lejos de lo anterior, es una novela que defiende –como Marta Sanz en su Clavícula– el derecho a quejarse. ¿A quejarse de qué? De aquello que todas saben, porque lo han vivido, pero pocas cuentan. Esto es, del aburrimiento que satura la vida de una madre los meses posteriores al parto, de la pérdida de la identidad y de tus yos pasados en favor del yo-madre, de las dificultades de conciliación entre creación y maternidad, de la opacidad del lenguaje médico relativo al embarazo o de la imposición, unas veces encubierta, otras no tanto, de moldes sociales sobre nuestra subjetividad. Sin embargo, Agirre maneja con acierto las proporciones, combinando esos aspectos menos aplaudidos del ser-madre con destellos de ternura y de afecto hacia el hijo y el nuevo yo. La mezcla de estos elementos da como resultado un relato de la maternidad que trata de aprehenderla en sus distintas facetas.

No obstante, tengo la sensación de que la apuesta de Las madres no busca, en el fondo, ir más allá de todo esto. Podría cuestionarse, claro, la idoneidad de las herramientas empleadas por Aigrre, es decir, la potencia sugestiva de la línea argumentativa, la elección de la estructura, la caracterización de personajes o la cuestión del ritmo, por ejemplo. Pero lo que no creo que pueda estar sujeto a discusión es el valor de la novela en cuanto espejo rebelde que, en lugar de mostrarnos a la más bonita del reino, revela la mugre bajo las uñas, las capas de sedimentos ideológicos que constituyen nuestro concepto de normalidad. Un concepto, a fin de cuentas, que toda escritura crítica debe tratar de controvertir en la medida en que su puesta en cuestión supone siempre el señalamiento de una grieta en el sistema del que somos fruto. Y Agirre lo hace, vaya si lo hace. Las madres no se quejan, las madres no se aburren, las madres no son infelices, las madres no son anormales: las madres no matan a sus hijos.

 

 

Imagen de la autora: la autora.

3 comentarios en “Las madres no, Katixa Agirre

    1. Hola, Guillermo. Sí, la verdad es que es un género poco transitado, sobre todo por lectores masculinos. Pero más allá del tema de la maternidad (que también concierne a los hombres) la historia es sorprendente. Si finalmente te acercas al libro de Katixa, no dejes de decirnos qué te ha parecido. Un saludo!

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