3. Mi abuela y los dos Fiat de Gerhard Richter

Café Con/suelo

Ayer hablé con mi abuela. No la llamo tan a menudo como debería pero me gusta hablar con ella. Suelo llamarla al móvil y hablamos durante un buen rato. Más bien habla ella, pero de todas formas me gusta. El proceso es siempre muy parecido y aun así me gusta. Antes le preguntaba cómo estaba y rápidamente pasábamos a hablar de mi abuelo. «Hoy ha comido esto, hoy ha hecho aquello». Pero ya no hablamos de mi abuelo. O hablamos menos. Sin embargo, ella sigue hablando mucho. Me gusta escucharla. A veces parece que me ignora, pero ella sabe que estoy ahí y eso me basta.

Por norma, nuestra conversación es centrífuga y va del centro hacia los márgenes. Primero hablamos de algunas dolencias (El Centro) y de la actividad de la mañana; luego del menú del día, sobre todo si va a compartirlo con alguien (lo que ya prefigura una salida hacia los márgenes); después hablamos de las visitas (mis primas, el farmacéutico, la peluquera); más tarde me comenta las novedades familiares, también en orden de proximidad en el espacio y en el tiempo; luego hablamos un poco de mí, que estoy siempre con un pie en el margen; y ya, si nos quedan tiempo y ganas, hablamos del mundo. Esta estructura de círculos concéntricos que se alejan rápidamente del centro     –uno mismo– para fijar su atención en el otro, son en mi abuela –y en otras mujeres de su tiempo– la metáfora de toda una vida.

Las conversaciones con mi abuela son imprevisibles como un happening de Allan Kaprow. Un día me tiene veinte minutos al teléfono y otro día me despacha en treinta segundos. El problema (si es que hay un problema) no es la irregularidad, sino la sorpresa: mi abuela habla mucho o te cuelga sin avisar. Pero cuando habla, habla. Quizá tenga que ver con que una hermana suya se fue a vivir a Valencia, donde también hablan mucho. Aunque sé que no tiene sentido, pues en todo caso sería la hermana de mi abuela la que debería haber llevado el silencio a Valencia. Hay cosas que no tienen sentido.

Últimamente me ha dado por pensar que con el tiempo mi abuela ha ido perdiendo rapidez en los movimientos para ganarla en el habla (sospecho que también en el pensamiento). Por eso esta mañana cuando estaba en el metro me he acordado de ella y he decidido que esta noche también la llamaré. Ha sido al ver a toda esa masa de personas corriendo de un lado para otro, empujándose y saltando al vagón bajo el pistoletazo de salida. Por mi mente han pasado los dos Fiat evanescentes que Richter pintó a finales de los setenta. Por contraste, tengo un recuerdo muy nítido de mi abuela frente a las escaleras mecánicas de El Corte Inglés, tomándose su tiempo para cabalgar el dragón de hierro. Menos mal que mi abuela no vive en Madrid y no necesita coger el metro. Cuando uno es joven no puede saber esas cosas y cae en el error de pensar que el tiempo se detiene con la vejez, que baja el ritmo y se ralentiza como los movimientos de mi abuela, y que la velocidad es cosas de la juventud. Al contrario, el mundo, para mi abuela, es la velocidad viva. Por eso la peluquera la peina en su casa, el farmacéutico le lleva las medicinas y el taxista la acompaña del brazo hasta el portal de su edificio.

No hace mucho que mi abuelo, durante las comidas, silenciaba el televisor porque ya no entendía los telediarios. Hubo un antes y un después muy preciso en ese acto de silenciar un mundo ya demasiado veloz. Hubo un antes y un después también en la decisión de mi abuela de no volver a cabalgar el dragón de hierro y utilizar a partir de entonces el ascensor. El mundo se ha vuelto para ellos algo que gira demasiado deprisa. No es que los años pasen más rápido, sino que los presentadores del telediario y las escaleras mecánicas han dejado de moverse a su ritmo y de hablar su mismo lenguaje. Por eso mi abuela habla cada vez más, y cada vez más rápido. Para compensar, para que pueda llamarla esta noche, para que exista esa posibilidad de que, si aún nos quedan tiempo y ganas, podamos hablar del mundo.

 

 

Imagen: Zwei Fiat, Gerhard Richter, 1964

 

6 comentarios en “3. Mi abuela y los dos Fiat de Gerhard Richter

  1. Yo que conozco a tu abuela y más tiempo que tú, no podría de ninguna manara captarla a ella y su mundo con tanta simplicidad y exactitud al mismo tiempo.
    Tu texto me ha hecho pensar y sin saber, escribirte lo que siento. Gracias maestro

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  2. Una reflexión muy sabia para alguien joven. Efectivamente es como un mundo perdido para ellos del que prende un hilo fino pero muy fuerte que nos ata. Enhorabuena por tu sensibilidad, por tus palabras y por tu gran expresión.

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