Factbook. El libro de los hechos, Diego Sánchez Aguilar

Factbook

 

Por María Ayete Gil

 

La musiquilla del telediario interrumpe nuestro letargo dominguero. Noticia de última hora: el presidente de la CEOE ha aparecido ahorcado en un toro de Osborne. Saltan todas las alarmas habidas y por haber. ¿De qué va esto? Nosotros, en nuestras casas, permanecemos inmóviles, mudos ante la pantalla del televisor. Una mezcla de incredulidad y de miedo asoma en el rostro de algunos. En el de otros, quién sabe, quizá una sonrisilla.

¡Qué forma de situar al lector! ¿El toro de Osborne? Sí, muy español. ¿La CEOE? Sí, me suena, claro. Pero, espera, ¿el ahorcamiento de un miembro de la cúpula del poder? Hum… Eso sí que no. ¿A qué estamos jugando? Jugamos a adentrarnos en Factbook. El libro de los hechos, la primera novela de Diego Sánchez Aguilar (Cartagena, 1974), publicada a finales del año pasado en la editorial Candaya. El decorado es mío, pero la impactante imagen no; eso es obra del autor. Con ella arranca la lectura de una ficción que, pese a mezclar ciertos detalles distópicos, solo puede calificarse de tremendamente realista. Esto no es una distopía, tan solo un juego narrativo. Si Brecht, por poner un ejemplo, optaba por interrumpir el desarrollo de las situaciones en escena mediante mecanismos varios, Sánchez Aguilar apuesta por elementos distópicos de distorsión para alejar al lector del texto y obligarlo, desde esa nueva posición, a reflexionar y a tomar partido.

Los protagonistas de Factbook son tres: Rosa, Gustavo y esa voz innominada que tan solo responde una serie de preguntas a las que no tenemos acceso. Sin duda, uno de los grandes logros de la novela es la caracterización de cada uno de esos tres personajes, pues en ellos, bien podríamos decir, están representadas distintas actitudes ante la realidad. Si Rosa es la figura del sujeto implicado, reaccionario, colectivo y, finalmente, derrotado, Gustavo es el resultado de una serie de tópicos del mundo yupi de anuncio de Coca-Cola que ha caído en la trampa de creerse original, excéntrico y genial y, por lo tanto, de vuelta de todo aquello que no tenga que ver con la ficción que de él mismo se ha creado. El último de los personajes, como no podía ser de otra manera, es la voz oficial, encargada de defender la ideología del sistema y sus acciones. La unión y compenetración de estas tres perspectivas dan forma a la imagen de la España presente y reciente que al autor no le interesa denunciar (he aquí otro logro del texto), sino poner a la vista de todos como si de un lienzo en un museo se tratara. Una España conocida y reconocida por cualquiera con un mínimo de interés en la actualidad (desahucios, recortes, desempleo, cantantes a punto de ir a la cárcel, etc.), pero sumida en un estado de perpetua crisis. ¿Por qué? Porque tras la movilización en la Puerta del Sol, el partido surgido del movimiento de los indignados resulta ganador de las elecciones. Y, ay, las instituciones europeas no lo pueden permitir, así que van a cortar, rápido y de raíz, el jolgorio que amenaza con desestabilizar la normalidad impuesta, no sin castigar con más desahucios, recortes, desempleo y cantantes encarcelados a esa ciudadanía sorprendentemente (des)informada y, por ello, inconformista.

De entre los muchos temas que atraviesan la novela hay uno que, a mi modo de ver, sobresale por encima de cualquier otro: la manipulación del discurso por los informativos y el establishment. Es verdad, Sánchez Aguilar no ha descubierto ningún Mediterráneo, pero también lo es que muchas de las llamadas «novelas de la crisis» (podríamos discutir la validez o idoneidad de la etiqueta) suelen hacer uso de la crisis como mero telón de fondo para centrarse en ficciones cuya lectura termina girando en torno a entresijos de corte individual y/o psicologista. Factbook está lejos de funcionar así, pues lo que realmente hace es, por un lado, cuestionar la apropiación lingüística por los estamentos de poder (el relato de la crisis, esto es, la crisis como ficción en términos de sacrificio, esfuerzo y renuncia, cuando de lo que se trata es de una serie de medidas para permitir avanzar al neoliberalismo) y, por el otro, plantear una serie de dilemas de calado ético a los que muy pocas novelas tienen la valentía de enfrentarnos.

Llegados a este punto, ¿qué es exactamente ese «libro de los hechos»? El juego con el nombre de la famosa red social es obvio, y, si Facebook es esa fachada en la que nos esforzamos por ficcionalizarnos, por crear el relato de nuestras vidas y de nosotros mismos a base de fotografías, vídeos, likes y stories, Factbook es el intento de hacer volar por los aires esas narraciones. En Factbook no hay imágenes, no hay megustas, no hay perfiles de grupos de música ni de deportistas famosos. Para entrar en esa suerte de red social que es Factbook, tiene que invitarte alguien que ya sea miembro de esta. Una vez dentro, tu nombre no aparece por ningún lado; en su lugar, se te asocia un número, que aparecerá cada vez que publiques algo en tu muro. ¿Qué se publica ahí? Únicamente datos, nombres y apellidos de individuos seguidos de una lista en la que se numeran las acciones que ese individuo ha llevado a cabo y lo que ellas han supuesto. En otras palabras, así como Facebook te da la bienvenida preguntándote «¿Qué estás pensando?», Factbook te interpela poniéndote entre la espada y la pared con la pregunta: «¿Qué has hecho?».

La propuesta de Sánchez Aguilar es sin duda ambiciosa, y su ejecución magnífica, pues consigue sortear con aparente facilidad dos aspectos que seguro le habrían pasado factura: el dramatismo y la tesis. Además, el desarrollo de los personajes está muy trabajado, una muestra de ello es el esfuerzo por establecer relaciones continuas entre los protagonistas y su entorno, su pasado, sus tópicos y sus relatos, que resulta en la recreación de individuos complejos y profundamente humanos. Y es con estos individuos con los que el autor logra ahondar en las contradicciones de nuestra época, enfrentando en igualdad de condiciones los modos de vida por los que muchos hemos optado «ante la que se nos venía encima», y metiendo el dedo en la llaga que más escuece: la de la responsabilidad.

 

 

Fotografía del autor: Candaya

 

 

 

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