Otra novelita rusa, Gonzalo Maier

OtraNovelitaRusa

 

Por Mario Aznar

 

Siempre lo digo: hay que leer a Gonzalo Maier. Leer a este escritor chileno es un acto de amor y un ejercicio de humildad. Es volver a preguntarse qué era la literatura para nosotros antes de convertirse en un puñado de nombres importantes y títulos imprescindibles. La literatura era —me atrevo a ensayar una respuesta— encarnar el asombro, hacerle cosquillas a una roca, arañar la superficie del agua.

Maier, Nona Fernández, Alejandra Costamagna… Chile me sigue sorprendiendo y eso significa que no todo estaba perdido. Hace un tiempo supe de un librito titulado Leyendo a Enrique Vila-Matas (Lom, 2011), que casualmente fue el último de los libros de Maier que terminé leyendo. Después de una búsqueda un poco dificultosa lo encontré en una librería por internet, me lo enviaron a casa y olvidé pagar la factura. Decidí castigarme por esta negligencia y me prohibí leerlo, apartándolo en la mesilla de noche. Entonces me tropecé con El libro de los bolsillos y con Material rodante (el que prefiero y el que recomiendo en cuanto hay alguien dispuesto a escuchar), ambos publicados con gusto exquisito por editorial Minúscula. Como no tenían la culpa de mis deudas con el pasado, estos dos sí que los leí. Luego descubrí algunos de sus cuentos, reunidos este año por Literatura Random House con el título Hay un mundo en otra parte.

Precisamente fue Vila-Matas quien escribió en algún lugar que su pasión por Witold Gombrowicz se gestó a partir de una fotografía del autor que vio publicada en una revista literaria. No había leído nada del autor de Ferdydurke, pero su imagen y un cierto halo que rodeaba la figura del escritor lo sedujeron. Se convirtió así en el primer lector de Gombrowicz sin haber leído todavía nada escrito por Gombrowiz. Esto lo cuenta Vila-Matas y tiene su gracia. Yo llego tarde, como siempre, pero mentiría si dijera que no me ocurrió lo mismo con Gonzalo Maier. Desperté una mañana después de un sueño intranquilo y me encontré sobre la cama convertido en un monstruoso lector de Maier. Me puse como loco a buscar algún libro suyo y a poco a poco los fui devorando.

Desde entonces no he podido evitar preguntarme qué habría pasado si, convertido ya en lector de Maier antes incluso de haberlo leído, me hubiera aproximado a su literatura con tan mala suerte que la hubiese encontrado repugnante. ¿A Vila-Matas le gusta Gombrowicz, o debe fingir porque ya es demasiado tarde? Mi caso es más simple, desde luego. No me caben dudas de que la suerte me sonríe desde que empecé a leer a Gonzalo Maier y descubrí que efectivamente es el escritor extraordinario que yo —en mi presuntuosa inocencia— esperaba.

Material rodante —decía— es una joya. Al igual que Leyendo a Vila-Matas, este relato tiene de fondo el traqueteo de un tren y narra en primera persona la historia de un hombre que viaja todos los días de Holanda a Bélgica. El pretexto del viaje y, en concreto, del viaje en tren, es en muchos libros precisamente eso: un pretexto. Sin embargo, en Material rodante es el verdadero esqueleto del relato, es la estructura que posibilita la sucesión de observaciones, prejuicios y recuerdos que, con ironía y mucho sentido del humor —pero un humor que a veces, de tan serio, duele— conforma la singularidad de este libro diminuto y necesario.

Esa idea de la sucesión que brota de forma natural al escuchar los ruidos de un tren es la que subyace también en Hay un mundo en otra parte y en El libro de los bolsillos, donde el escritor desliza párrafos y fragmentos dedicados a casi cualquier cosa que uno pueda llevar encima. Ese estilo que bebe del diario, del relato y del ensayo recuerda a veces al Ribeyro de Prosas apátridas. No en vano alguien ha dicho de Maier, como en su momento alguien dijo del maestro peruano, que es el secreto mejor guardado de la literatura chilena reciente.

Hay prosas que no encuentra su sitio en ningún otro libro y acaban conforman uno propio, excéntrico, extraordinario. Así el libro de Ribeyro y así los de Gonzalo Maier. Así, también el último de sus libros: Otra novelita rusa, editado este año por Minúscula. A diferencia del resto, en este pequeño artefacto no hay acumulación de escenas o textos errantes. Otra novelita rusa es, en sí mismo, un pueblo nómada que ha fundado su propio territorio. Tratándose de una novela tan breve o de un relato medianamente largo no le habría extrañado a nadie que acabara incluido en otra colección de cuentos. Pero no ha sido así.

La historia del viudo y jubilado Moraga, que a principios de los años noventa viaja por fin a Rusia para batirse sobre el tablero de ajedrez en los parques de Moscú, necesitaba su propio espacio, —como Woolf— su cuarto propio. Y es que este relato de esperanzas y frustraciones, de diálogos con la historia y de broncas con el propio ego, no tiene suficiente con las noventa y poco páginas que lo aprietan entre las solapas. Necesita aire, espacios en blanco, lectores ávidos de peripecias delirantes, de mucho sarcasmo y de un heroísmo trágico algo pasado de moda que vuelve en pleno siglo XXI para recordarnos lo que fuimos, lo que somos y lo que pudimos ser. La prosa de Gonzalo Maier es su propia patria. Una patria que admiro y en la que solo puedo pedir asilo, refugio y literatura: un poco de asombro, unas cosquillas, un arañazo.

 

 

Fotografía del autor: Agencias

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