Cortázar, Jesús Marchamalo y Marc Torices

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Todos conocemos ya el afecto intelectual que el escritor y periodista Jesús Marchamalo (Madrid, 1960) viene demostrando desde hace años por la vida y la obra del gran escritor argentino Julio Cortázar, e incluso por la vida y la obra de los escritores en general. Así lo atestiguan los títulos Cortázar y los libros (Fórcola, 2011), sobre la biblioteca del escritor argentino, que custodia con celo la Fundación Juan March en Madrid, o el más reciente Los reinos de papel (Siruela/Fundación Miguel Delibes, 2016), donde podemos leer la crónica de sus visitas a las bibliotecas particulares de diferentes escritores españoles, desde Julio Llamazares a Bernardo Atxaga.

De hecho, el interés de Marchamalo por las bibliotecas de escritores crece del árbol que al menos desde 2008 el autor riega con mimo y textos como Las bibliotecas perdidasTocar los libros (una joya inestimable) o Donde se guardan los libros. Todas ellas obras sensibles, enamoradas de la escritura y de la lectura, a medio camino entre el ensayo literario y la crónica periodística, que bien le han valido el título de «inspector de bibliotecas», con el que lo bautizara el poeta Antonio Gamoneda tras permitirle visitar la suya.

Sin embargo, si algo caracteriza las bondades literarias de Marchamalo, además de su buena pluma y su facultad para sacar a la luz la entraña doméstica de la literatura, es su inquietud intelectual, su carácter prolífico y su versatilidad, que le permiten moverse con soltura y familiaridad en la radio, la televisión, la prensa escrita o la gestión cultural, desarrollando incluso una fervorosa labor como comisario de exposiciones, como la que lleva por título Pasa página. Una invitación a la lectura, que desde el 14 de noviembre ocupa la Sala de Guillotinas de la Biblioteca Nacional en Madrid.

Con todo y con eso, aún estando prevenidos de que para Marchamalo el campo de la cultura no tiene ni tendrá puertas que lo cerquen, el cómic Cortázar, que este mismo año ha publicado en la editorial Nórdica junto al excepcional ilustrador Marc Torices (Barcelona, 1989), representa una vuelta de tuerca a su proyecto literario. Un giro, de algún modo, inesperado, que refresca las posibilidades de acercarse a un autor consagrado y querido en el mundo entero como es el padre de Rayuela (1963).

 

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Si ya existen la canónica biografía cortazariana de Mario Goloboff, la más accesible de Miguel Herraez, o incluso la controvertida versión de Miguel Dalmau, ¿qué puede decir una novela gráfica que nos mueva a entender un poco más la vida de Cortázar, a leer un poco más la obra de Cortázar, a querer un poco más a la figura de Cortázar? La cantidad de respuestas posibles es apabullante. Ensayemos al menos una: el cómic que Marchamalo y Torices han proyectado y realizado encierra la quintaesencia de la vida de este maestro de la literatura contemporánea.

Si bien no es su retrato más exhaustivo, y, aunque cuente con una bibliografía al final del volumen, esta no es ni mucho menos la más rigurosa ni la más completa, el método del collage con el que se yuxtaponen algunos de los episodios más representativos de la vida del escritor (nacido «accidentalmente» en Bruselas en 1914) permite sintetizar en unas pocas páginas la imagen decantada de Julio Cortázar.

El cómic propone una mirada poliédrica sobre un símbolo de nuestra cultura, recorriendo con complicidad los tópicos (en su sentido de lugar común y de tema) que mejor iluminan la figura de Cortázar: sus lecturas más determinantes (como Opio, de Jean Cocteau), su infancia en el barrio porteño de Banfield y sus viajes por Europa, el abandono del padre y la relación con su hermana Ofelia, sus primeros escritos publicados bajo seudónimo, su afición por el jazz y el boxeo, su vínculo con la figura que se esconde tras el personaje de la Maga, sus compromisos sociales y políticos, o su intensa y no siempre fácil relación con las mujeres (Aurora Bernárdez, Carol Dunlop o Ugné Karvelis).

 

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Naturalmente, no están todos los que son, pero sí son todos los que están. Marchamalo traza con admiración y sensibilidad el guión de esta historia que acaba, como toda buena biografía que se precie, con el fin de la vida, con la muerte de Cortázar y el vacío que dejó en sus lectores. Una sensación que las ilustraciones de Torices reproducen extraordinariamente en el lector actual, que teme llegar a la última página del libro y abandonar el barco, como si se tratara de la embarcación de la novela Los premios, de Cortázar, y tuviera también algo de encantada, de misteriosa, de fantástica o de absurda.

Torices contribuye a crear esta atmósfera mágica con el contraste entre colores fríos y cálidos, la intensidad de las sombras, los efectos de fundido en negro, el acercamiento exagerado de algunos planos, o el poder expresivo de la composición. Sus ilustraciones son, en muchos casos, más sugerentes que ilustrativas, y evocan una manera de ver y de entender la vida, el lenguaje y el arte, que podemos atribuir fácilmente a Cortázar y a su fascinación infantil por los caleidoscopios o los frascos de perfume facetados. También esto se aprecia en el juego con colores muy vivos en contraste con las viñetas en blanco y negro, y en la deformación surrealista de imágenes que forman otras nuevas, como en el maravilloso comienzo del libro o en el recuerdo del Park Güell diseñado por Gaudí.

A pesar del trabajo de documentación y de la calidad investigadora que en muchas ocasiones ha demostrado Marchamalo, pronto se entiende que Cortázar no pelea por un sitio en el podio del rigor o la objetividad historiográficas, sino por el homenaje a un personaje querido, el acercamiento a una obra admirada y el amor a la literatura en su estado más desnudo. Aún así encontramos fragmentos de texto manuscrito, fotografías de portadas, anotaciones y firmas del propio Cortázar, que nos permiten aproximarnos físicamente a su figura, al tiempo que los dibujos de Torices y el relato sencillo (como contado al oído) de Marchamalo, recrean los fragmentos más singulares de la existencia de Cortázar, quien como buen amante de los gatos consiguió vivir tantas o más vidas que ellos.

Los amantes de Cortázar y de su obra encontrarán aquí una caja de música en la que resuenan simultáneamente todas las melodías y notas que hacen reconocible la voz del autor de Bestiario. Los lectores de Marchamalo volverán a sorprenderse con su capacidad para entregarnos la «libra de carne» de la literatura, aún palpitante y llena de vida. Mientras que, quienes no conozcan a Cortázar, a Marchamalo o a Torices, hallarán una obra llena de belleza y de poesía, de personajes y anécdotas interesantes, de ternura y sentido del humor. Incluso quienes no hayan leído nada en su vida, tendrán en sus manos un libro de gran formato, colores llamativos, muchas imágenes, poco texto y letras grandes. ¿Qué más se puede pedir? Cortázar es ya un símbolo para todos.

 

Fotografía de los autores: EFE

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