40.

Café Con/suelo

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Cuando hace un par de días tomé esta fotografía en un pequeño pueblo del Mediterráneo, el presente estaba para mí muy vivo. Ahora no creo que pueda decir lo mismo. Pasaba por un callejón imperceptible, manchado de humedad, salitre y viento, cuando tuve una revelación. Dentro de un marco iluminado por el blanco oblicuo de un día gris se me apareció el futuro. Un futuro disecado, criogenizado en la forma efímera del escaparate, que es al mismo tiempo signo de la consagración y la caducidad. Dentro del marco: figuras, símbolos, recuerdos, profecías; señales de un pasado lanzado hacia el futuro, o de un futuro museificado, cristalizado en una vida de postal. El futuro es siempre pasado, pensé, porque solo desde ‘otro’ futuro podemos tratar de comprenderlo. Dentro del marco: la imagen repetida de un muñeco azul venido de otro tiempo, huchas de hojalata amontonadas, accesorios de cocina de colores, un robot oxidado, un ferrocarril de plástico. El mosaico de reliquias me detuvo durante un buen rato. La sensación de melancolía no era tanto por el recuerdo como por el olvido y el desconocimiento de ese futuro postergado para siempre. Dentro del marco: nosotros. Tomé la foto y seguí caminando. Dejé el futuro atrás y seguí caminando, porque no hay otra forma de seguir hacia delante que no sea dejando el futuro atrás.

37.

Café Con/suelo

El precio de la convivencia es incalculable. Así lo creo desde que esta mañana dos iluminaciones me han asaltado a las puertas de la librería Tipos Infames. Por costumbre, antes de entrar a cualquier comercio me detengo en el escaparate, recorro la fachada un par de veces y analizo con suspicacia el entorno que estoy dejando atrás. Miro y escucho a mi alrededor como si antes de atravesar la puerta quisiera fijar una estampa para luego olvidarla. Pero cuando uno abre mucho los ojos hay más posibilidades de que se le meta algo dentro.

A mi espalda, dos hombres han conectado porque sus respectivos perros se han enzarzado en un pelea callejera. Los ladridos son estridentes porque los perros son pequeños y la estridencia es su fuerza. Uno de los dueños está decidido a favorecer la convivencia de ambos animales, pero ¿a qué precio? El dueño del pequeño bulldog francés de color blanco (al parecer, el más reacio a convivir con su homólogo podenco) lo coge en brazos, lo gira en el aire y acerca su trasero al hocico del podenco, que no se puede creer lo que ve. Ambos dejan de ladrar. No sé si es más expresivo el podenco al que le ponen un culo en la cara o el bulldog que, en volandas, ve su culo aterrizar en la cara del prójimo.

Casi al mismo tiempo, por la otra acera pasa un tipo hablando por teléfono en voz muy alta y con actitud socarrona: «donde se ponga un coño depilado, macho, y limpio…». Esta frase llega tarde, porque el estupor de los perros ya está allí y poco o nada puede sorprenderme. Sin embargo, de la ecuación me paraliza el orden de los factores: depilado y limpio. Limpio, pero sobre todo depilado. Los animales ya parecen amigos. Entro a la librería y atrás queda la convivencia entre coños y perros y culos y dueños.