Hoy he vuelto a Hacienda en honor a las tres palabras de Larra que sabemos de memoria todos los españoles. El mundo está lleno de personas a las que persigue Hacienda; yo, en cambio, me jacto de ser el único que persigue a Hacienda. Al salir de allí he mirado al guardia de seguridad con una media sonrisa implacable, me he inclinado levemente hacia él y he dicho: «vuelva usted mañana». A mi espalda varios funcionarios se me han quedado mirando, incapaces de dar crédito a lo que veían. «Va a volver…», «va a volver…», he oído que susurraban, temerosos.
Agencia Tributaria
41.
Café Con/sueloExcursión a Hacienda. Buen rato de lectura en la sala de espera. Me gusta leer en la Agencia Tributaria. El ir y venir de la gente me relaja. Los números se suceden en varias pantallas suspendidas sobre nuestras cabezas y las personas se agolpan por turnos en ventanillas y mesas muy ordenadas, donde otras personas las esperan con gesto adusto y sin levantar la vista de un ordenador que parece saberlo todo. El funcionario y el ordenador de mesa parecen dos enamorados con poco tacto que te hacen saber que sobras y que no te quieren cerca por mucho tiempo. Antes de entrar he tenido que pasar el móvil por un escáner de seguridad. ¿Habrán leído mis conversaciones de WhatsApp? ¿Habrán notado que hay demasiadas aplicaciones que no uso? ¿Habrán visto las fotos de mis desnudos? En la mano llevaba un libro que ninguno de los guardias ha querido escanear, en contra de mi insistente ofrecimiento. Ni siquiera me han preguntado por el título. Podría haber sido un cuadernillo de terrorismo para dummies, una novela pornográfica, un ensayo de Bakunin o incluso un libro de poesía. Gracias a la ineptitud o la ingenuidad del personal de seguridad, hoy ha entrado un loco en Hacienda. El día en que se controle el acceso de libros a las salas de espera será al mismo tiempo un triunfo literario y un fracaso personal. En la funda del móvil (al menos en la funda del mío) no cabe una pistola. Con el libro, menos mal, he podido matar el tiempo.