Un detalle menor, Adanía Shibli

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Por Maria Ayete Gil

Adelantándose a las versiones en inglés —que en este caso realizarán la editorial estadounidense New Directions y la británica Fitzcarraldo, ambas en 2020—, Hoja de Lata ha publicado en nuestra lengua la última novela de Adanía Shibli (Palestina, 1974), Un detalle menor, escrita originalmente en árabe, y cuya traducción ha corrido a cargo del profesor Salvador Peña Martín, Premio Nacional de Traducción de 2017.

A pesar de haber sido seleccionada hace algunos años para formar parte del prestigioso grupo Beirut39, una lista de los 39 mejores escritores árabes de menos de cuarenta años, y de ser, según la autora egipcia Ahdaf Soueif, «la escritora palestina de la que más se habla en Cisjordania», nada o casi nada sabemos todavía en España de la obra de Shibli. La traducción de Un detalle menor es, por tanto, la oportunidad del lector de acercarse, no solamente a un texto que nos expulsa de nuestra zona de confort al sumergirnos en una experiencia radicalmente distinta, sino a una literatura, la árabe, tan poco accesible en castellano en comparación con otros idiomas.

Imaginemos, por un momento, la comodidad climática del interior de nuestro coche un día cualquiera del mes de agosto a las tres de la tarde. Localicemos la acción, por ejemplo, en Córdoba, en Mérida o en Murcia, no importa. Vayamos a aparcar al primer sitio libre que encontremos en nuestra calle, desabrochémonos el cinturón de seguridad y abramos, porque no hay otro remedio, la puerta para salir y dirigirnos a casa. En el instante en el que posamos un pie en el asfalto, una bofetada de tórrido calor nos golpea de frente e inhalamos, como perros desbocados, un aire que más que calmar parece abrasar nuestros pulmones. Todos hemos experimentado alguna vez algo parecido. Luego aceleramos, en la medida de lo posible, hasta el cobijo de nuestro portal.

Bien. En la primera parte de Un detalle menor no existe tal cobijo, pues en los asentamientos militares del desierto del Néguev un año después de la guerra árabe-israelí de 1948, el asfixiante calor durante las horas de luz torna imposible la vida fuera de los cobertizos. Por este motivo, los soldados del campamento salen a patrullar durante el anochecer. Su misión: vigilar la zona sur de la nueva frontera; en otras palabras, comprobar la ausencia de árabes entre las dunas, tras algún cañaveral o a los pies de palmeras dum. Seguimos de cerca a un aséptico oficial israelí para asistir, en tercera persona, al día a día del campamento, atravesado por la jerarquía y el uso del poder, la incomunicación, el aislamiento y, cómo no, las inclemencias de un calor irrespirable. Sin embargo, la rutina se quiebra con el hallazgo de una muchacha palestina durante una de las rondas exploratorias, a la que llevarán al asentamiento y, entre otras cosas, violarán repetidamente y matarán.

Narrada en primera persona, la segunda parte de la novela avanza hasta la actualidad de la mano de una joven, también palestina, que vive en los territorios ocupados (concretamente, en Ramala) y que ha descubierto el crimen cometido por los soldados del desierto del Néguev. En una ciudad cuya banda sonora la componen una amalgama de disparos, sirenas, gritos y helicópteros, que el asesinato de la muchacha ocurriera justamente un cuarto de siglo antes de su nacimiento es el detalle menor que, por excepcional, la impulsa a recorrer parte de Cisjordania y del Estado de Israel en busca de la información necesaria para darle voz a la versión silenciada de los hechos. Durante el viaje en coche, el lector traspasará los controles miliares que delimitan las distintas zonas del país, será testigo de la desaparición de decenas de poblados palestinos y de la violencia policial, pero también de la pobreza y de una realidad que parece haber tomado el estado de excepción como regla. Pero no solo eso, sino que también asumirá una identidad impostada, pondrá los pies en un kibutz, compartirá el terror paralizante del personaje y sentirá en sus carnes la amenaza que para la propia seguridad supone pronunciar una palabra en árabe fuera de la zona en la que teóricamente habitas.

La novela de Shibli es, más allá de una obra a todas luces espléndida y muestra de una literatura cuanto menos incómoda, un documento de carácter informativo necesario no ya de la realidad diaria de buena parte de los militares israelíes en los años posteriores a la guerra, que también, sino, sobre todo, un registro desde el otro lado de la coyuntura sociopolítica actual en los territorios ocupados tras el conflicto. La escritura de Shibli es depurada y directa, y su manejo del ritmo acertado en todo momento: la tensión permanente durante esa suerte de road trip de la segunda parte funciona como contrapunto perfecto de los aletargados movimientos del campamento en la primera. Todo ello en apenas 151 páginas de lectura que ponen sobre la mesa la realidad actual de Palestina.

Fotografía de la autora: Hartwig Klappert

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