Una forma de sentirse joven es pensar que en esto de la literatura nunca es tarde. Con esa idea, entre otras muchas, empecé a escribir en Lector salteado. Por eso no me haré millonario. Pienso que si inauguré esta web comentando títulos descatalogados, textos raros o incluso libros inéditos en español, ¿qué me impide leer ahora una novela primeriza publicada hace algunos años? Había oído hablar de La edad media de Leonardo Cano y conozco desde hace tiempo el olfato extraordinario de Candaya para detectar talentos literarios, pero nunca, hasta ahora, me había decidido a hincarle el diente. Tengo que admitir que las resonancias de ‘lo generacional’ me abruman y suelen desanimarme (por eso no he visto Stranger Things). Es como si me obligaran a sentirme dentro de un lugar antes siquiera de haber entrado. Pero en La edad media esto no pasa.
Se trata de una narración coral dividida en tres historias que se abrazan al final con un mecanismo de precisión milimétrica. Los protagonistas son un grupo de chavales noventeros que en algún momento dejan de ser tan chavales y algo importante, como no podía ser de otra manera, se queda en el camino. Las referencias culturales compartidas por toda una generación están presentes y su inclusión en la novela está más que lograda: el lenguaje que utilizan, las relaciones que establecen, el aire que respiran. Sin embargo, ¿qué sería de La edad media si se quedara ahí? ¿Un retrato social y psicológico?
Por suerte (por suerte para mí, que la he disfrutado muchísimo), el autor logra trascender esa visión panorámica de una época y de un grupo de personas ofreciendo finalmente una cartografía del fracaso. Si la vida transcurre como debe, cualquier chaval dejará de serlo y la huella de lo que se queda en el camino lo perseguirá siempre. Esa huella es la que me ha invitado a explorar con entusiasmo la huida hacia adelante de Gómez, las conversaciones por chat de Fauró y Julia o el naufragio ascendente de Moya. Amistad, amor, ambición, fracaso y tedio. La edad media ofrece una buena dosis (dolorosa) de verdad, tiene algo de ajuste de cuentas y mucho de autorretrato irónico.
Fotografía del autor: La mano robada