Por Mario Aznar
A veces, la velocidad de los acontecimientos, la tontuna o la ignorancia (¿quién conoce a este valenciano?) pueden hacernos pasar por alto a la persona o al libro de nuestra vida. A mí me pasó con Incertidumbre, de Paco Inclán, que Jekyll & Jill editó hace solo un par de años.
Hacía tiempo que no leía un libro encuadernado en tapa dura, acabado en guáflex rojo, con el título grabado en oro. Hacía tiempo que no manejaba un libro de este tipo y menos todavía que me impactase como un puñetazo en la cara, utilizando la dolorosa expresión de Kafka. Seguramente esto no ocurría desde el De rerum natura de Lucrecio, editado por Gredos y comprado en un quiosco cerca de la universidad cuando en la mesilla se amontonaban la Odisea, La montaña mágica y Rayuela. Nunca he vuelto a tener tanto tiempo o es el tiempo que ya no quiere tenerme tanto a mí (por eso me pita, me silba, me vibra y me notifica). Para ese destierro del tiempo que significa la vida adulta Incertidumbre es infalible.
La primera parte la componen una serie de relatos o crónicas breves, en las que un narrador en primer persona que tendemos a identificar continuamente con Inclán nos cuenta una escena más o menos anodina, más o menos curiosa. En esas escenas bien atadas aparece siempre un algo —la incertidumbre—, un elemento extraño que nada tiene que ver con lo fantástico, sino más bien con la observación algo distraída, fingidamente inocente, que el narrador hace del modo en que las personas nos relacionamos con nuestros semejantes y con los espacios que habitamos.
Son tan importantes los espacios en este libro —mejor dicho, los lugares— que cada relato incluye como subtítulo el nombre de la ciudad o del pueblo donde tiene lugar lo que se cuenta: lectores de Julio Verne que hacen cruising en Formentera, el autor —truncado— de una letra —truncada— para el himno —truncado— de España, las reliquias de un santo perdidas en una ciudad portuguesa, la peligrosa generosidad ancestral de los habitantes de una isla del Pacífico o la peculiar integración de un valenciano en un pueblo de Guinea Ecuatorial. Incertidumbre es literalmente un libro de viajes. Y digo literalmente porque el narrador viaja constantemente, se mueve, se desplaza, y en los intersticios de ese desplazamiento nace la incertidumbre que siempre está ahí, pero que no siempre es objeto de nuestra atención.
Como buen adicto a la «estética relacional» de la que habla Inclán, me la juego comparando este libro (sobre todo su segunda parte: «Hacia una psicogeografía de lo rural») con Satin Island, la brillante novela de Tom McCarthy que editó hace tres años Pálido Fuego. La comparación es quizás absurda, pero no por ello menos significativa. Hay algo que reúne a estos dos libros en la transparencia del lenguaje, en el humor disfrazado de rigor y en el tono de informe funcionarial, como de investigación, que empezando por el narrador nadie se termina de tomar en serio. El estilo de Inclán es limpio y cercano. Tiene lo bueno de un cuentista depurado y lo mejor del periodismo, y de ahí salen retratos vívidos—»aguafuertes», que diría Roberto Arlt— de situaciones vividas en la periferia o el margen de lo que solemos entender por algo importante. Cuando cierras el libro te quedas con la sensación extraña de haber pasado volando por un mundo tan sencillo que por fuerza debe esconder algo. Sabes que no son intrigas ni aventuras lo que has leído —apenas son peripecias—, pero el sentimiento de sospecha permanece.
Además, para terminar esta lectura decididamente impresionista —el libro impresiona, qué coño— debo decir que salí de Incertidumbre con una increíble sensación creciente de afecto y fascinación por el ser humano, por sus minucias y debilidades, y por los lugares tan distintos que lo acogen y lo condicionan, pero sobre todo por la secreta satisfacción de haber encontrado la mirada tan humana de un narrador como el que Inclán pone a funcionar en sus textos. Este narrador —me niego a hablar en este caso del alter ego del autor— se refiere muy pocas veces a sí mismo, y cuando lo hace suele ser para reírse de su torpeza, de su inadecuanción al contexto o del carácter caprichoso y desviado de sus motivaciones. Poco más sabemos de él como personaje, salvo que disfruta del alcohol, que le gusta viajar a lugares donde ya conoce a alguien y que está viviendo «problemas en el amor», como diría un redactor de horóscopos. Estos rasgos unifican todos los relatos o capítulos del libro, lo cual permite que quienes nos divertimos con esto juguemos a llamarlo ensayo, novela o libro de cuentos, sin hallar la solución al enigma.
Llama poderosamente la atención la construcción que Inclán hace del narrador, porque, aunque apenas se le describe, el lector tiene la sensación de haberlo conocido en profundidad. Esto es porque el personaje se construye en su forma de mirar a los otros. En parte por la reciente ruptura amorosa que lo aqueja, todo el libro se mece entre el entusiasmo y la curiosidad viajeras, por un lago, y una desidia general, por otro. El narrador mira, escucha y cuenta cosas, pero podría tratarse de asuntos bien distintos y en el fondo nada cambiaría. La humanidad seguiría su curso con la mirada del narrador siguiéndola de cerca, pues es este quien convierte la anécdota, el paseo o la divagación en estampas dignas de ser narradas, en espacios de incertidumbre. Ninguna de sus experiencias es tan importante, aunque en cada una de ellas parezca poner la vida entera. La encuadernación robusta y el rojo solemne hacen de contrapunto para la realidad efímera, voluble, que el narrador retrata con sus palabras. De hecho, en su voz se mezclan el rigor del documentalista o el antropólogo, la intimidad y la sensibilidad del poeta, y el humor irreverente de quien no se toma demasiado en serio el rigor, la intimidad ni la sensibilidad, como tampoco a los documentalistas, a los antropólogos ni a los poetas.
Ahora que he terminado mi reseña había pensado compartirla en Facebook, pero ya nadie lee lo que allí se publica. Después he pensado subirla a Instagram, pero el límite de los 2200 caracteres lo he dejado atrás hace un rato. Podría compartirla en Twitter, pero con publicaciones de 140 caracteres necesitaría un hilo demasiado largo. Por último he pensado asomarme al balcón y leerla en voz muy alta, por si alguien la escucha, pero es verdad que ya nadie atiende más de dos palabras seguidas. No me conformo, porque este libro merece ser compartido. En un intento por definirlo con dos palabras que pueda gritar por el balcón, diría que Incertidumbre es un libro de los que, cuando pasas la última página y caes en la cuenta de que se ha terminado la fiesta, te arranca un sollozo y sueltas, entre lágrimas: ¡qué putada!
Fotografía del autor: Paco Inclán
Gracias, Mario, por ayudarme a decidir qué lecturas elegir. ¡Ah! y prefiero leer aquí tus reseñas literarias porque en Facebook o Twiter no me resultaría fácil… Saludos
Me gustaMe gusta