Historia abreviada de la literatura portátil, Enrique Vila-Matas

9788433966483

 

Sin duda, ésta es una novela para leer en la colección Compactos de Anagrama (reedición de Mondadori; de bolsillo, naturalmente).

Historia abreviada de la literatura portátil (1985) es, al mismo tiempo, una sintética historia de la literatura de vanguardia del siglo XX y una disparatada e indispensable novela. ¿Cómo es posible? Se preguntará el discreto lector (también el más chillón e irritante de los lectores). Pues muy sencillo: Vila-Matas, como Borges, piensa el mundo desde el prisma de las letras. En célebre sentencia de Mallarmé: «El mundo existe para llegar a un libro». Y ese libro, que nunca llega, el libro de nunca llegar (Le Livre à venir, para Blanchot), es el mundo de Enrique Vila-Matas. Un mundo donde los autores ficticios son menos o igual de apócrifos que aquellos de los que se conservan fotografías y correspondencias enteras.

Ya el epígrafe encierra la clave del libro: «El infinito, querido, es bien poca cosa; es una cuestión de escritura. El universo sólo existe sobre el papel» (Monsieur Teste). Así es como Vila-Matas. se quita de en medio al «lector de finales», que diría Cortázar, a ese lector que sólo lee crónicas si el anuncio de la muerte se reserva a la última página. Error. Nadie podrá decir que no se le advirtió: desde antes de leer el prólogo sabemos lo que la novela nos propone: una (re)escritura del universo. Un universo, al fin y al cabo.

«Sólo porque está muerto, somos capaces de leer el pasado», dice el narrador hacia el final del libro. Y un poco más adelante: «Sólo porque es un mundo puede uno entrar en un libro».

En su particular homenaje a Quevedo, incluido en Otras inquisiciones, Borges escribe: «Como la otra, la historia de la literatura abunda en enigmas». Y estos enigmas no pueden más que dar pie a la imaginación desbocada de un autor como Enrique Vila-Matas, cuyo obra incluso ha generado, más allá de las cubiertas de papel que parecen encerrarla, una versión disidente de sí misma.

Detrás de un  título tan poco abreviado se esconde una joya de la brevedad de apenas 124 páginas. Un texto  compuesto por  diez capítulos, un prólogo y una esencial «Bibliografía esencial«.

El libro comienza:

A finales del invierno de 1924, sobre el peñasco en que Nietzsche había tenido la intuición del eterno retorno, el escritor ruso Andrei Biely sufrió una crisis nerviosa al experimentar el ascenso irremediable de las lavas del superconsciente. Aquel mismo día y a la misma hora, a no mucha distancia de allí, el músico Edgar Varese caía repentinamente del caballo cuando, parodiando a Apollinaire, simulaba que se preparaba para ir a la guerra.

Dos puntos en el espacio, un único punto en el tiempo. El encuentro fortuito de esas dos escenas en la imaginación del narrador (presunto alter ego -o no- de Vila-Matas) justifica el desarrollo de una historia de la literatura portátil (¿historia de la literatura o historia literaria?). Una literatura que encarnan a la perfección los miembros de la sociedad secreta Shandy, por la que circularon nombres tan dispares y cercanos a un tiempo como los de Marcel Duchamp, César Vallejo, Walter Benjamin, García Lorca, Gergia O’Keefe o Alberto Savinio, entre otros.

 

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Marcel Duchamp y su «boîte-en-valise» (1936-1941) 

 

Como en las Vidas imaginarias (1896) de Marcel Schwob, los protagonistas de esta Historia son reales pero los acontecimientos narrados son fabulosos. Pero ¿por qué inventar aquello que ya está inventado? Una posible respuesta es la de Sturgeon, quien comentando la edición inglesa del libro (en traducción de Thomas Bunstead y Anne McLean) afirma que la historia inventada (made-up) por Vila-Matas «is a preferable form of unreality because it is funny». Aunque crear una realidad más divertida que la canónica es quizá motivo y motor suficiente, otro respondería: cuando el conocimiento no basta, entra en juego la ficción.

Así es como esta historiada novela narra los acontecimientos que van desde la fundación en 1924 de una sociedad secreta de claros tintes conspirativos, hasta su disolución, apenas pasados tres años, en la ciudad de Sevilla (tan poco shandy, por otra parte).

A partir de un malentendido, el de la española Berta Bocado, que confunde a un ruso cualquiera con Andrei Biely, el artista francés Francis Picabia decide convencer a sus amigos Duchamp,  Ferenc Szalay, Paul Morand y Jacques Rigaut «de la absoluta necesidad de partir hacia las costas nigerianas», en cuya poblaciónde de Port Actif (portátil) tendrá lugar la absurda y extravagante fundación del grupo shandy.

Shandy (De Shandy):

  1. Cerveza mezclada con refresco, tradicionalmente limonada.
  2. Personaje creado por el escritor (nacido irlandés) Laurence Sterne  (1723-1768).
  3. Escritor o artista cuya obra (portátil) cabe cómodamente en una maleta, que funciona como una perfecta máquina soltera, que rechaza radicalmente cualquier idea de suicidio, que posee una sexualidad extrema, que mantiene una tensa convivencia con el doble, que muestra simpatía por la negritud, que cultiva el arte de la insolencia y que alimenta la ausencia de grandes propósitos.

En definitiva, que escribe literatura portátil: «ese tipo de literatura a cuyo ritmo bailaban los miembros de una sociedad secreta que conspiraba para nada y desde la nada».

Leyendo la historia de este grupo tan particular asistimos a una sucesión de episodios que a través del absurdo destilan el espíritu de la vanguardia artística y literaria del siglo pasado. Desde la relación de Rigaut con la Agencia General del Suicidio o la disparatada fiesta internacional que los conspiradores celebraron en Viena, hasta las noches de opio y delirio colectivo en el submarino alquilado por el príncipe Mdivani. En esta vorágine especular, el lector se pierde de alguna manera entre tanto nombre y tanta referencia, para luego encontrarse frente a sí mismo en las últimas páginas de la novela.

Todos somos o queremos ser el último shandy.

El humor es inteligente, la locura es lúcida y, aunque parezca un tópico, la excentricidad ocupa durante 124 páginas el centro de este gran pequeño hallazgo de la literatura contemporánea. Como suele decirse cuando se trata de un libro que nos gusta: «no ha recibido la atención que merece». Este tipo de declaraciones nos ayudan a sentirnos realizados vindicando como justicieros la calidad literaria de Menganito. No es el caso. Este libro supone por sí mismo, sin necesidad de altruismos, tres puntos de inflexión irreversibles y dependientes entre sí: Vila-Matas no puede volver a escribir como lo hacía antes de 1985. Nadie puede seguir escribiendo como lo hacía antes de 1985. Nadie puede seguir leyendo como lo hacía antes de 1985.

Y no es que Vila-Matas haya descubierto el Mediterráneo, es que ha demostrado poder cruzarlo a nado sin apenas inmutarse.

Que a este libro, escrito con elegancia, ritmo y precisión, parezca no sobrarle ni una coma, es ya un mérito. Sobre todo si tenemos en cuenta que la verborrea y el exceso de páginas son rasgos casi obligados del género novelístico. Al contrario, Historia abreviada de la literatura portátil es un museo en el que los cuadros tienen espacio para respirar, es un salón bien amueblado, y el lector pasea por el lugar con la curiosidad y el cosquilleo de un niño. Un niño travieso. Un «héroe saturnino» y melancólico como el último shandy.

Ya al final del libro, leemos:

Para el último shandy, para quien su libro es otro espacio donde pasear, el verdadero impulso cuando lo miran es bajar los ojos, mirar a un rincón, bajar la cabeza hacia el cuaderno de notas, o mejor esconderla tras el muro portátil de su libro.

Pero sólo ha citado el primer y el último párrafo del libro. ¿Y el resto?, se preguntará el cada vez menos discreto lector.  «The rest is silence» (Shakespeare, Hamlet, V. ii). «Le rest est littérature» (Verlaine, Art poétique, 1884).

El resto, querido, es bien poca cosa; es una cuestión de escritura.

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