Hay días en los que uno se levanta deseando que le cuenten una historia. Una historia apasionante, con intrigas, romances, traiciones, adulterio, violencia, sexo, ambición y humor, mucho humor. Ésa historia que uno quiere que le cuenten, muchas veces, es su propia historia, la historia de todos, tan fabulosa como la mejor de las narraciones.
Para esos días (también para todos los demás): Fabulosas narraciones por historias (1996), de Antonio Orejudo.
Nacido en Madrid en 1963, Orejudo escribe que da gusto, y además es buen amigo de Rafael Reig (hasta aquí la semblanza biográfica).
Ha publicado, además de diversos artículos y libros de ensayo y crítica literaria, cinco libros de ficción: Fabulosas narraciones por historias (1996), Ventajas de viajar en tren (2000), La nave (2003), Reconstrucción (2005) y Un momento de descanso (2011) (hasta aquí la semblanza bibliográfica).
Su primera novela, FNpH, se publicó por primeva vez en Lengua de Trapo hace ahora veinte años. En 2007, Tusquets nos sorprendió con una afortunada reedición (yo la he leído en su colección Maxi, es decir: tapa blanda, precio asequible, 379 páginas).
Debemos empezar diciendo que esta novela, galardonada con el Premio Tigre Juan a la mejor primera novela del año, no es, aunque puedan malinterpretarse las dos primeras líneas de esta reseña, una novela a lo Julia Navarro. FNpH tiene una trama que engancha y además entretiene, pero entretiene a lo grande, con inteligencia, tanteando en la oscuridad en busca de ese lector de talento que tanto invoca Vila-Matas en sus artículos.
Antonio Orejudo sabe mucho, es un tipo instruido, leído. Su novela narra las peripecias de tres amigos que estudian juntos en la Residencia de Estudiantes de Madrid: Santos, señorito de pueblo de familia criadora de cerdos, que en la capital descubre su afición por la pornografía y las mujeres maduras; Martiniano, escéptico y anti-intelectualista, al que su tío Azorín (el de La voluntad, 1902) dejó tuerto de un golpe; y Patricio, obsesivo aspirante a novelista obsesivo. Tres personajes que crecen y se crecen mientras a su alrededor (y en su mismo interior) se gesta una conspiración turbulenta -e increíblemente verosímil- cuyo objetivo es crear una nueva generación literaria de vanguardia: la Generación del 27.
Encabezada por el catedrático de Metafísica e «incansable luchador por la europeización cultural de España» don José Ortega y Gasset, y por el «exquisito poeta y refinado prosista» Juan Ramón Jiménez, una élite intelectual y económica se propone acabar con la novela realista y crear una nueva generación poética que salga rentable a inversores como el barón Babenberg, mecenas ficcional de este maquiavélico proyecto. Textos teóricos como La deshumanización del arte, la creación de una editorial de ambiciones monopolizantes como Revista de Occidente, la recurrente aparición en recitales de jóvenes promesas como García Lorca, y la labor adoctrinadora de la Residencia, contribuyen a poner en movimiento los ejes de esta conspiración. La idea -se dice en el libro- es compensar la incapacidad del propio Ortega para narrar de forma lineal y realista. Un poco como esas leyes a medida que tanto gustaban a Berlusconi, pero con mucha más sensibilidad y lucidez.
Se renovará el gusto del público lector y se fomentará la producción (y el estudio) de un arte nuevo. El fruto: una generación capaz de proporcionar, en el razonable plazo de quince años, un Nobel y un mártir.
Hablar de más es pecar de spoiler, pues ésta es una novela que por el interés y el ingenio de sus episodios se presta a ser parafraseada, amenazando con convertir esta reseña en un pálido anecdotario. No, me niego. Por cuestiones de marketing y captación de lectores enfermos, sí diremos que Martiniano acaba metiéndole una pistola en el culo a uno de sus compañeros de la Residencia, que se narran con detalle lúbricas fantasías sexuales, que hay episodios de antropofagia, y que al lector interesado se le dan continuos filetes de anécdotas y referencias literarias de lo más sabrosas. Hay para todo y para todos. Sobre todo narrativa de calidad.
De modo que, como debe ser, dejamos en manos del lector el aventurarse a conocer las hazañas o miserias de estos personajes, unos personajes fas-ci-nan-tes (de los que ya no se venden), en una atmósfera de tertulias disparatadas, rencillas intelectuales, flirteos (qué palabro) inesperados, y combustión política con estallido de Guerra Civil incluido.
A caballo entre la novela histórica, la picaresca, el thriller político y una buena lección de historia de la literatura española del siglo XX (que nadie lea esta novela, ni ninguna otra, para aprender Historia), FNpH hace que te rías hasta en los momentos más inoportunos.
Al mismo tiempo que la historia (el qué) es fabulosa, la narración (el cómo) es extraordinaria. La prosa certera y amena de Orejudo recrea ambientaciones de lo más variopintas, desde las habitaciones de la Residencia a los bares del Madrid de los años veinte, pasando por las tertulias de café o el palacio de Santa Bárbara. Por otra parte, las interesantes disquisiciones teóricas sobre cuestiones de estética o de literatura -sin reclamar un protagonismo excesivo- juegan un papel fundamental intercalándose entre los episodios más mundanos.
Además de estar estructurada en capítulos numerados, esta novela presenta una composición de collage en la que se superponen fragmentos de prensa, cartas y citas literarias. Materiales que además de proporcionar al lector una perspectiva poliédrica (o polifónica) de los hechos, contribuyen eficazmente a ir rellenando los huecos que la trama pospone con precisión de relojería. Es una novela que transmite la sensación de haberse construido como sin querer, como aquítepillo-aquítepego, un fragmento con otro como por azar, cuando en realidad es pura orfebrería de la lógica narrativa. Lo ilógico de esta fabulosa narración por historias no se entiende sin la poderosa lógica de su autor.
Con una sencillez aplastante, Javier Mendieta escribió en una ocasión que «el arte es inevitable, por eso no hay que darle demasiadas vueltas». Antonio Orejudo, que muy probablemente ha leído a Mendieta, propone aquí al lector un juego desenfadado, casi bromista, dejando así intuir lo inevitable del arte, lo extraordinario de esta novela.
Curiosamente, detrás del velo fabuloso de este libro, uno puede imaginar (es sólo un mundo posible, claro) a ese profesor de crítica literaria que escribe reseñas en un periódico que pertenece al mismo grupo editorial que las novelas que reseña (favorablemente) y sobre las que hace investigar a sus alumnos de doctorado. El clásico cuento del especialista que funda su propia especialidad.
Este círculo imaginario se parece mucho al que dibuja Antonio Orejudo en su novela.Y es que la ficción está llena de conspiraciones reales.
O acaso la Historia esté llena de narraciones fabulosas.