Entre paréntesis, Roberto Bolaño

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Mapa manuscrito de «El Tercer Reich», 1986, © Herederos de Roberto Bolaño

 

¿Quién teme a Roberto Bolaño? Nadie. A Bolaño hay que amarlo sin temor.

Cuando yo me acerqué a su escritura, hace ya algunos años, caí en el error de confundirla con su figura. Mejor dicho, confundí su figura con su escritura, o su figura con las ideas preconcebidas que tenía de su escritura. Un error, al fin y al cabo. Pensaba estar acercándome a una suerte de escritor maldito, cruel y violento. Lo primero que leí de él fueron los relatos de Llamadas telefónicas (1997), luego vinieron La literatura nazi en América (1996), Putas asesinas (2001), Los detectives salvajes (1998) (su obra más conocida y quizá la más abiertamente recomendable) o Estrella distante (1996), extraordinaria novelita sobre el infame piloto de las FACh y artista del mal absoluto Carlos Wieder.

He de decir que en un principio mi propósito era reseñar Estrella distante, que aunque la crítica y los lectores en general la hayan dejado un poco de lado (en favor de Los detectives salvajes y de 2666) considero que es una de sus mejores obras. Una joya. Una joya breve -que es aún mejor- en la que podríamos decir que se condensa la esencia del mejor Bolaño. Sin embargo -la vida así lo quiere- toca hablar de Entre paréntesis, libro póstumo publicado por Anagrama en 2004, que recopila gran parte de los ensayos, artículos y discursos que Bolaño produjera entre los años 1998 y 2003.

¿Por qué Entre paréntesis? Primero: porque sí. Segundo, porque fue el libro que me hizo entender que Roberto Bolaño era un ser humano y no uno de los detectives salvajes y fantasmagóricos que pululan por sus historias. Bolaño, hay que decirlo, también escribió poesía (publicó seis poemarios en vida y uno póstumo), aunque ese es otro cantar.

De modo que el Bolaño-ser-humano nació en Santiago de Chile en 1953 y murió en Barcelona en 2003. Creció en Chile, maduró en México y en 1977 emigró a España, donde ejerció «casi todos los trabajos del mundo, salvo los tres o cuatro que alguien con cierto decoro se negará siempre a ejercer». En 1981 conoce a Carolina López, con la que se casará y tendrá dos hijos. Juntos se establecerán en Blanes, una pequeña localidad de la Costa Brava donde Bolaño se matará a escribir y pasará prácticamente desapercibido hasta 1998, cuando se convierte en el primer chileno en ganar el Premio Herralde de Novela con Los detectives salvajes. 

A partir de entonces el mundo empieza a tener en cuenta al modesto y genial Roberto Bolaño, que es invitado a dar conferencias, a redactar prólogos y a colaborar en medios de todo tipo. Gracias a este fenómeno de reconocimiento hoy podemos leer la recopilación que el crítico Ignacio Echevarría presenta en Entre paréntesis.

La organización de los textos no es cronológica sino que se estructura en seis bloques principales que incluyen algunos discursos, muchas de las columnas que el escritor publicara en el Diari de Girona y en Las Últimas Noticias, crónicas de viajes, artículos circunstanciales, notas literarias o una entrevista con Mónica Maristain para la edición mexicana de Playboy –seguramente una las últimas entrevistas, si no la última, que el escritor concedió antes de su muerte.

Cito de memoria:

 

Maristain: ¿Qué le sugiere la palabra «póstumo»?

Bolaño: Me recuerda a un gladiador romano. Un gladiador invicto. O eso piensa Póstumo para darse ánimos.

 

Al poco tiempo de contestar a esta provocadora pregunta, Bolaño, ya muy enfermo, se muere.

Podemos disfrutar aquí al Bolaño que comparte su encuentro personal con el (anti)poeta Nicanor Parra, que celebra la traducción al catalán de Ferdydurke, que confiesa su miedo a la lectura de Lamborghini, que nos habla de su relación con los editores, que solventa con maestría la escritura de textos por encargo, que admira a Alan Pauls y comenta las últimas publicaciones de Vila-Matas , que analiza la más reciente literatura argentina para concluir: «Corolario. Hay que releer a Borges otra vez».

Por supuesto que hay algunos textos circunstanciales que no pasarán a la historia, pero la historia es un poco puta y además es cosa del mañana, por lo que poco nos importa ahora. Sí nos importa, en cambio, que haya notas estupendas que parecen cuentos, como «Borges y Paracelso», o cuentos descontextualizados, como «Jim» o «La playa», o textos sinceros como «Intento de agotar a los mecenas». Sí nos importa que podamos leer, como apunta Echevarría en su presentación, «las palmadas y palmetazos, los guiños y las collejas que, aquí y allá, Bolaño dedica a sus contemporáneos, muy en particular a los jóvenes escritores latinoamericanos que, con mayor o menor merecimiento, no cesan de invocar su magisterio». Y es que las lecturas de Bolaño son muy inteligentes, muy justas casi siempre, muy lúcidas siempre.

Él mismo ha confesado ser más feliz cuando lee que cuando escribe, pero lo que no sabía en 2003 cuando murió demasiado joven era que nosotros seríamos tan felices leyendo sus novelas como leyendo sus lecturas y entendiendo un poco más, con los textos de Entre paréntesis, los rincones y los pequeños gestos de su escritura.

Además de buen escritor y buen lector, Bolaño es un crítico sincero y no tiembla al dar su opinión. Sin embargo, no es uno de esos críticos agresivos y resentidos, y la prueba es que los adjetivos que acompañan con más frecuencia a los escritores que disfruta y admira son «valiente», «generoso», «bueno»… Alguien que califica así a un compañero de oficio no puede estar maldito.

No sé si a alguien se le caerá un mito, pero detrás de Ulises Lima y Arturo Belano no hay un Rimbaud que trafica con armas ni un Bukowski borracho que patea a sus novias en televisión, sino que se encuentra la figura de un lector honesto, un escritor entregado y persistente, valiente, generoso, bueno.

¿Quién teme a Roberto Bolaño?

 

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Tarjeta de visita de Roberto Bolaño © Herederos de Roberto Bolaño

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