Llegué a la aldea ya de noche, chocando a cada paso con los vallados que cercaban las casas, y con las piernas metidas en un río de fango. La situación, sin embargo, me daba ánimos suficientes para recorrer las ventanas una por una, golpeando dulcemente en las vidrieras y preguntando:
-¿Puede pasar aquí la noche un pobre viajero?
Como contestación, unos vecinos me mandaban a la cárcel y otros al demonio. Desde una ventana, me amenazaron con echarme los perros; en otra, mudo, pero elocuentísimo, apareció un grueso puño.
Así comienza El vagabundo filósofo, el extenso relato que el escritor ruso Alekséi Maksímovich Peshkov (1868-1936) escribió, como todas sus demás obras, bajo el seudónimo de Máximo Gorki. Con este mismo nombre publicó, en la primera década del siglo pasado, su novela más popular, La madre, y también obras teatrales de éxito como Pequeños burgueses o Los bajos fondos.
Escritor prolífico y celebrado en vida, Gorki alimentó ideales marxistas (fue amigo de Lenin) y apoyó el movimiento revolucionario ruso hasta el punto de conocer la cárcel. Vivió períodos de su vida en Italia y en Alemania, aquejado de graves problemas de salud, hasta que en 1928 volvió a la URSS para apoyar al régimen soviético de Stalin con su obra y su presencia.
Antes de morir en inciertas circunstancias, Maksim Gorki y su oscuro bigote dedicaron la mayor parte de su obra literaria (producciones teatrales, cuentos, novelas cortas y extensas) a retratar los problemas sociales que inundaban Rusia durante los últimos coletazos de la represión zarista. A realizar estos retratos literarios le ayudaron su propia experiencia como trabajador en distintos oficios, y las vivencias que lo llevaron a recorrer los vastos territorios de su país.
De la conjunción entre su preocupación por los problemas sociales y sus viajes por un país al que consideraba enfermo, nace el relato El vagabundo filósofo, etiquetado como «novela satírica» cuando en los años treinta apareció en España en la revista literaria Novelas y cuentos.
El ejemplar que manejo y que releo para esta ocasión es una vieja edición de ZERO del año 1973, a través de cuya pésima traducción he rescatado los pedazos brillantes que motivan esta reseña. Este texto es el lecho fangoso y turbio de un río, del que con tesón y suerte acaba sacándose alguna pepita de oro. Lo conforman, no solo el relato que da título al volumen, sino también otros tres cuentos algo más breves: «Un corazón en el lodo», «Hace milagros el amor» y «Más fuerte que la montaña».
Como leíamos al principio, el relato comienza con la llegada de un vagabundo/peregrino a una aldea. Allí, este personaje-narrador en primera persona busca resguardo bajo el suelo de una granja donde conoce a otro vagabundo, Pablo Ignalief Promtoff, el «vagabundo filósofo». Como además de su pobre condición ambos comparten travesía, al día siguiente deciden continuar juntos el camino. Durante este viaje errático por la estepa los dos personajes se van conociendo y el interés del relato se centra en tratar de saber cada vez más sobre ese vagabundo que desmigaja su historia con una lentitud morbosa.
A través de la narración de las peripecias que llevaron a Pablo Ignalief Promtoff a sus circunstancias actuales, Gorki nos muestra una Rusia de campesinos paletos y ciudadanos viciados, al mismo tiempo (esta es la parte genial) que nos plantea una serie de interrogantes acerca del comportamiento humano en situaciones límite.
¿Sabe usted lo que es tener hambre? Me ha ocurrido no comer durante cuarenta y ocho horas…, y cuando el estómago comienza a padecer, cuando se tiene la impresión de que las vísceras se secan, cuando se siente uno dispuesto a matar a un hombre y hasta a un niño por un mendrugo… uno está dispuesto a todo… Hay una poesía especial en esta disposición al crimen; es una sensación muy particular, y después de haberla experimentado, se estima uno más a sí mismo.
El narrador es un vagabundo honesto y respetuoso, mientras que Promtoff es un «lobo» difícil de satisfacer. Tras ser expulsado varias veces de San Petersburgo, Promtoff dice haber vagado por todo el país utilizando, para asegurar su supervivencia, todo tipo de trucos y engaños.
Le digo a usted que mentir es un goce de un orden superior. Si mientes y ves que te creen, te sientes elevar por encima de las gentes, y este sentimiento es de una voluptuosidad rara. Además, siempre es agradable abusar del prójimo.
El lector, que asiste a los abusos intelectuales del vagabundo sobre los ignorantes y supersticiosos campesinos, se ve obligado durante todo el relato a cuestionar continuamente la validez de una moral universal y absoluta, al tiempo que debe combatir los más que eficaces razonamientos del «lobo» Promtoff. ¿El fin justifica los medios? ¿Hay voluntad en la necesidad? ¿Hasta dónde alcanza nuestra propia libertad? Todas estas son incógnitas que recorren el relato como la presencia silenciosa de aguas subterráneas.
Usted debe comprender esto; hay algo absorbente, irresistible, en la vagabundería. Es una voluptuosidad el sentirse emancipado de todos los deberes, de todas las ligaduras que aprisionan la existencia cuando se vive entre los semejantes; de todos los minúsculos detalles que molestan en la vida y que hacen de ella, en vez de la alegría que debía ser, una carga enojosa, una carga insoportable, ¿y por qué?, por deberes del género que obliga a vestirse de cierta manera, a hablar de cierto modo, a hacerlo todo según las costumbres y no según el deseo propio. Cuando se encuentra uno a un conocido, hay que decirle: «Siga usted bien», como es la costumbre, y no «revienta», como se desea a veces.
Por momentos recuerda esta historia a El banquero anarquista, ese «cuento de raciocinio» en el que Fernando Pessoa, utilizando una serie de argumentos lógicos, demuestra cómo para llevar a cabo la verdadera revolución anarquista es necesario ser banquero. En otros momentos no cabe la duda y Promtoff se nos revela una fiera egoísta que disfruta con el mal ajeno. Este movimiento pendular, el que sufre el lector que va desvelando los secretos de Promtoff, es el mismo que padece el narrador, quien continuamente se ve obligado a suspender el juicio y a limitarse a escuchar las elocuentes razones con las que el «vagabundo filósofo» defiende su modus vivendi.
A pesar de su bigote y de sus ropas negras, de sus amistades peligrosas y de su relación intensa con el aburrido realismo socialista, Gorki nos brinda con esta obra un relato agudo y entretenido. Promtoff es algo así como el correlato realista de un vagabundo de Beckett, antes de deformarse (o disolverse) delante de un espejo roto y nevado. Pero no hay aquí «realismo ingenuo» como el que denunciaba Julio Cortázar, sino mirada inteligente, sentido del humor, lucidez crítica y apertura hacia lo incierto y hacia la duda, que siempre enriquece.
Finalizando la narración de sus hazañas, el mismo Promtoff advierte:
Todo hombre que habla de sí, miente fatalmente.

Lev Tolstói y Máximo Gorki, 1900