Cartas de amor, Fernando Pessoa

ofelia-queiroz

 

Todas las cartas de amor son
ridículas.
No serían cartas de amor si no fuesen
ridículas.

También escribí en mi tiempo cartas de amor,
como las demás,
ridículas.

Las cartas de amor, si hay amor,
tienen que ser
ridículas.

Pero, al fin y al cabo,
sólo las criaturas que nunca escribieron cartas de amor
sí que son ridículas.

Quién me diera en el tiempo en que escribía
sin darme cuenta
cartas de amor
ridículas.

La verdad es que hoy mis recuerdos
de esas cartas de amor
sí que son
ridículos.

Todas las palabras esdrújulas,
como los sentimientos esdrújulos,
son naturalmente
ridículas.

«Todas las cartas de amor son ridículas»

Fernando Pessoa/ Alvaro de Campos

 

Fernando Pessoa nació en Lisboa en 1888 y murió en la misma ciudad en 1935. Los primeros años de su infancia los pasó en Durban, ciudad sudafricana donde recibió una educación británica y aprendió la lengua -el inglés- por la que se emplearía como traductor («corresponsal extranjero en casas comerciales», dirá el escritor en su conocida «Nota biográfica»).

Durante su juventud publicó poesías en inglés y en portugués en distintas revistas. Con el paso de los años fundó las revistas literarias Orpheu Athena, así como la editorial Olisipo. Debido a su talento (y a su psique fragmentada) creó setenta y dos heterónimos, de entre los cuales destacan los de Ricardo Reis, Alberto Caeiro, Alvaro de Campos y Bernardo Soares; este último firmante de la que seguramente es su obra más interesante: El libro del desasosiego, redactada entre 1913 y 1935, aunque publicada por primera vez en 1982.

A pesar de ser considerado uno de los más grandes poetas del siglo XX (el más representativo, según el crítico Harold Bloom), Pessoa sólo publicó en vida un libro de poemas, Mensagem (1934).

Pessoa es, ante todo, un poeta. Por eso en lector salteado no vamos a reseñar su poesía sino la recopilación de Cartas de amor que Pessoa escribiera, entre marzo de 1920 y enero de 1930, a la joven Ophélia «Ophelinha» Queiroz, y que Editorial Funambulista publicó en 2012 con traducción española y postfacio de Isabel Lacruz.

Este amplio conjunto de cartas funciona a modo de radiografía y presenta al lector la relación amorosa entre un hombre ya maduro y una joven burguesa de apenas veinte años. Esa joven es Ophélia Quiroz, quien en 1919 se ofrece como mecanógrafa en las oficinas donde el poeta trabajaba de corresponsal en inglés y en francés. Las cartas, divididas en dos etapas, son de una sencillez emocionante y nos descubren a un Pessoa que bien podría ser otro de sus muchos y complejos heterónimos.

 

foto1

Carta manuscrita de F.P. a O.Q.

 

En un texto de 1934 publicado en la revista Presença, el amigo de Pessoa y sobrino de Ophélia, Carlos Queiroz, escribe lo siguiente acerca de estas cartas de amor:

 

¡Qué admirable ejemplo de humana integración en el organismo de la Vida» Léase cualquiera de ellas -escogida al azar-, y al instante se nos plantea esta pregunta, revestida de asombro: ¿cómo pudo el más poeta de los hombres y el más intelectual de los poetas portugueses libertar hasta tal punto el corazón de la literatura?

 

La cotidianidad de las citas, los recados y los lugares de encuentro, el infantilismo del lenguaje que ambos emplean, y las preocupaciones convencionales -e incluso banales- sobre temas de familia, dan a estas cartas un aire cercano, conocido, que sólo tangencialmente tiene que ver con esos fragmentos laberínticos y hondos del Livro do desassossego.

«Mi Bebé-angelito», «Mi bebé, mi querido y pequeño bebé», «mi querido Bebecito, «mi Bebecito malo y bonito», «mi Bebé pequeño y sagaz», «mi Bebé malito (y mucho)», «Bebecito de su Niñito-ñito», «terrible Bebé», «Bebé fiera»… Así se dirige Pessoa a su Ophelinha, quien en realidad nunca llegó a ser pareja del poeta, aunque, seguramente, sí su único amor.

«Todas las cartas de amor son/ ridículas. […] Pero, al fin y al cabo,/ sólo las criaturas que/ nunca escribieron cartas de amor/ sí que son ridículas».

Fernando Pessoa expresa en sus cartas el agobio familiar y la falta de intimidad, la preocupación ante el mensaje no respondido, la molestia de una recaída en los dolores de garganta, la inquietud ante un encuentro al salir de la oficina. Como señala Lacruz, son preocupaciones llanas que se suceden con gran naturalidad, de forma muy parecida a como podrían aparecer en la correspondencia amorosa de cualquier pareja de la época.

 

Cuando me dices que lo que más deseas es que me case contigo, es una pena que no me expliques que tengo, al mismo tiempo, que casarme con tu hermana, tu cuñado, tu sobrino y no sé cuántos parroquianos más.

(De una carta del 31/07/1920)

 

Sin embargo, uno es quien es (o quienes es), y Pessoa inunda sus cartas con neologismos, con digresiones que nada tienen que ver con la funcionalidad del mensaje, e incluso con la voz de sus heterónimos. Es el caso de Alvaro de Campos, ese ingeniero homosexual de educación británica que los estudiosos sitúan más próximo a la verdadera personalidad del poeta. Así, en una carta fechada el 29 de septiembre de 1929, Pessoa escribe a su amada por mediación de Alvaro de Campos, quien se dirige a ella como a su «Excma. Señora Dª Ophélia Queiroz». Este primer fragmento bien puede servir para ilustrar esa interesantísima conjunción entre las dimensiones lúdica, poética y cotidiana de estas cartas:

 

Excma. Señora Dª Ophélia Queiroz:

Un abyecto y miserable individuo llamado Fernando Pessoa, mi particular y querido amigo, me ha encargado comunicar a V.E. -habida cuenta de que el estado mental del mismo le impide comunicar cosa alguna, incluso una algarroba seca (ejemplo de obediencia y disciplina)- que queda prohibido a V.E.:

(1) pesar menos gramos, (2) comer poco, (3) no dormir nada, (4) tener fiebre, (5) pensar en el individuo en cuestión.

 

Y al final de la carta, la firma: Alvaro de Campos, ingº. naval.

Pessoa y Queiroz pueden hacer que un simple resfriado sea motivo de amargura, o que el deseo de ella por casarse sea tema recurrente y polémico. Al mismo tiempo, las cartas están llenas de ternura, de afecto y de ligeras insinuaciones eróticas. Aún así, las manifestaciones del deseo son más frecuentes en las cartas de Ophélia, quien escribe: «Tengo ya mucho sueño, ¿vamos a la camita? ¿Cuándo diré esto, pero de verdad?», o «¿Echas de menos mis pequeñas palomas? ¿mucho?». Son indirectas llenas de picardía a las que el poeta siempre respondió en línea con su concepción particular del amor. Leemos en su Diario: «Nunca amamos a alguien. Amamos tan sólo la idea que nos hacemos de alguien. Es pues un concepto nuestro -en definitiva es a nosotros mismos a quien amamos». Nunca pudo Pessoa deshacerse de su carácter radicalmente solitario y de su ser «sociable de un modo altamente negativo».

Ahora permíteme, oh desocupado lector, compartir esta carta:

 

9.10.1929

Terrible Bebé:

Me gustan tus cartas, que son tiernecitas, y también me gustas tú, que eres tiernecita también. Y eres bombón, y eres avispa, y eres miel, que es de las abejas y no de las avispas, y está todo bien así, y Bebé debe escribirme siempre, aunque yo no escriba, que es siempre, y estoy triste, y estoy chiflado, y nadie me quiere, y además por qué habrían de quererme, y eso mismo, y vuelta todo al principio, y me parece que aún voy a telefonearte hoy, y me gustaría darte un beso en la boca, con exactitud y gula, y comerte la boca y comer los besitos que hubiese allí escondidos y recostarme sobre tu hombro y resbalar hacia la ternura de las pequeñas palomas, y pedirte disculpas, y que la disculpa sea fingida, y replicar muchas veces, y punto final hasta recomenzar, por qué será que Ophelinha quiere a un maleante, a un cebón, a un andrajoso y a un individuo con una nariz de contador del gas y una expresión general de no estar allí sino en el fregadero de la casa de al lado y, exactamente, y en fin, y voy a acabar porque estoy loco, y lo he estado siempre, y es de nacimiento, que es como quien dice desde que nací, y me gustaría que Bebé fuera una muñeca mía, y yo hiciese lo que un niño, desnudarla, y el papel acaba aquí mismo, y esto parece imposible que haya sido escrito por un ente humano, no obstante está escrito por mí.

 

El ente humano que fuera Fernando Pessoa, el Gran poeta de Portugal, el poeta de la saudade y el desassossego, nos regala sus cartas robadas para que hurguemos en las manifestaciones más ridículas y en los sentimientos más esdrújulos que yacen debajo de toda poesía.

Así, en una carta del 25 de marzo de 1920, Pessoa se despide:

 

Adiós, amor. Besos, besitos, besazos, besines, besines sonoros, besuquitos y besitines de tu, y siempre muy tuyo,

Fernando

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