
Por Mario Aznar
Hay libros sorprendentes. Este no lo es. Digo sorprendentes como cuando escuchamos a alguien al que creíamos idiota y comprobamos que es capaz de encadenar tres palabras seguidas. Eso es sorprendente. Sin embargo, para quien conozca mínimamente la trayectoria musical de Toteking (1978) la publicación de este libro no es ninguna sorpresa, más bien un alivio, una confirmación, una sensación de sed saciada. Pero esto no quiere decir que la publicación de Búnker. Memorias de encierro, rimas y tiburones blancos (Blackie Books, 2020) fuera algo predecible o esperable, como esos cancioneros que ahora todo rapero publica para llevar su lírica a otra dimensión: a una dimensión de mierda.
Búnker es un libro latente, que muy probablemente no hubiéramos tenido la oportunidad de conocer si Enrique Vila-Matas no se hubiera cruzado en el camino de este artista sevillano que lleva esculpiendo la historia del rap español desde finales de los años noventa. La figura del padrino es casi siempre una figura detestable por lo que tiene de ensombrecedor y condescendiente; la misma condescendencia que genera titulares del tipo «El rapero ilustrado». Por eso prefiero, como señala el propio Vila-Matas en su prólogo «El tiburón salió del agua», la figura de la amistad. De hecho, quizá solo una amistad sea capaz de exponer a un animal de estas características, hacerlo salir del búnker y que luzca, a plena luz del día, como un verdadero escritor.
Desde el punto de vista editorial, Blackie Books ha vuelto a hacerlo creando un objeto que da gusto tocar, oler y llevarse a la cama, pero el lector, naturalmente desconfiado, no debe preocuparse porque este libro sea un simple muñeco de paja, un cebo más en esta charca —ahora sí— de tiburones. Todo lo contrario. Búnker no es una recopilación de letras ni de pseudopoemas, tampoco son las «memorias casposas de un músico analfabeto«, sino un conjunto de narraciones y ensayos —en el sentido que le diera Montaigne— relacionados entre sí de forma indisociable. La frase absurda «se lee como una novela» no resulta tan absurda aquí. Sus partes son independientes —un prólogo, una introducción, tres grandes apartados, un epílogo— pero la totalidad es lo que realmente funciona, como en una maqueta o en un álbum de los de antes, como en Lebron (2019), sin ir más lejos.
«Odio a la gente. Odio a los hombres, a las mujeres, y a los no binarios. Odio a las mascotas y a las personas que se despiertan cada día con energía y ganas de desayunar». Así empieza «Odio» a modo de introducción, un derechazo que me obligó a leer el resto del libro medio mareado. La figura del padre como hilo conductor es brutal y toca hondo. Algunos textos son realmente conmovedores, pero otros dan rienda suelta a una risa sin complejos cuya singularidad cualquier lector atento sabe reconocer. La honestidad y la agilidad de la escritura (con punchlines incluidos), te deja pegado a cada página, entre «flashes apátridas» deslumbrantes y un relato autobiográfico de altos vuelos como «Don’t come to the fucking guetto«. La habilidad para tratar temas serios y profanos en el mismo párrafo, la capacidad para dotar de universalidad a una experiencia íntima o familiar, así como el uso magistral de la ironía opacan cualquier debilidad que pudiera desprenderse de un primer libro —o de una primera inmersión en aguas aparentemente desconocidas. Para mí, este libro ha sido un regalo:
Sin darme cuenta estoy rapeando en el vagón del AVE, bisbisando y susurrando mi letra de Puzzle sobre una instrumental, y algunos pasajeros miran de reojo extrañados. Uno de ellos, atraído por mis sisesos, me mira a los ojos directamente: es un bebé rollizo y rosado que me observa por el hueco del asiento delantero desde los brazos de su madre. El chico mete la manita entre los asientos y le acaricio los dedos; le hago carantoñas y cuando consigo que sonría su saliva chorrea por la espalda de la madre siguiendo el cauce de las arrugas de su camiseta hasta terminar goteando en el posamanos.
Detrás de la joven amistad entre Toteking y Vila-Matas hay años de lecturas y admiración. Sin embargo, aunque la influencia del escritor catalán es insoslayable, Búnker no sería lo que es (seguramente tampoco la música de su autor) sin un excepcional bagaje lector que trasciende cualquier canon esclerótico para hundir sus raíces en la escritura de Witold Gombrowicz, Jules Renard o Flann O’Brien, entre otros muchos. La calidez y la autenticidad de este libro —un libro al mismo tiempo primerizo y veterano— se dan la mano con la frescura, el ritmo y el carácter competitivo del rap. En un ejercicio de equilibrismo donde el lema circense «más difícil todavía» queda tatuado bajo la piel, Toteking, que no tenía nada que demostrar, ha mostrado una capacidad brillante para metabolizar el pesimismo y la violencia sordas de McCullers y Céline junto al humor serio de Vila-Matas y la mirada humana de Julio Ramón Ribeyro.
Cualquier escritor sabe que todos tenemos recuerdos y que ahí no hay ningún mérito. La memoria no nos salva, solo —quizá— lo hará el olvido. Como diría Borges, pensar es olvidar diferencias, es generalizar, abstraer. Por eso Funes, que lo recuerda todo, no pueda razonar. El olvido es un proceso de selección al que el escritor también está abocado, y en esa selección es probablemente donde resida su mérito. «Viajar a tus recuerdos es buscar pelea», se lee en la contraportada del libro. Toteking ha sabido escoger perfectamente a sus contrincantes y dejar fuera del cuadrilátero las vanidades y las banalidades que forman parte de todas las memorias. A través de la reflexión, la ternura, la lucidez, la autocrítica, la observación y la mirada amarga, Búnker entronca con esa rica tradición literaria que, a partir de ahora y sin vuelta atrás, podemos llamar «humor cabrón».
Fotografía del autor: Isabel Permuy
Muy buen comentario el de ésta persona que consigue transmitir y resumir una obra por piezas y su resultado,.
A mi precisamente ésto no es lo que me ha sucedido leyéndolo.
He visto necesario comentar ya que me llevo una xenominacion de origen: humor cabrón!!!
Ole Manuel que bien te ha quedado jajjaaa
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¡Gracias, Estefanía! Que el humor cabrón te acompañe.
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