Anotaciones de Jakob Littner desde un agujero bajo tierra, Wolfgang Koeppen

9788484282358

 

Yo quería escribir sobre Si esto es un nombre, de Primo Levi, pero ha vuelto a suceder. Hoy me rindo a esa graciosa cursilada que dice que en ocasiones son los libros los que eligen a sus lectores, y quizá sea por eso que he acabado escribiendo sobre otro libro que para nada tenía pensado incluir en el exclusivísimo índice de lector salteado. Se trata, ni más ni menos, que de Anotaciones de Jakob Littner desde un agujero bajo tierra, de Wolfgang Koeppen.

Pero vayamos por partes. Primo Levi fue un químico y escritor italiano nacido en Turín en 1919. Es conocido principalmente por los escritos que dedicó a reconstruir y contar su experiencia como prisionero en el campo de concentración de Monowitz, uno de los varios Lager que conformaron el complejo de Auschwitz, en la Polonia ocupada por los nazis durante la II G. M.

En 1947, apenas dos años después de su puesta en libertad, Levi publicó Se questo è un uomo, testimonio que, junto a La tregua (1963), recoge sus experiencias en el campo y su posterior liberación por el Ejército Rojo. Al menos el primero de estos dos libros es imprescindible. No puede no leerse, aunque sea a ratos, a trazos, a fragmentos afilados como láminas de vidrio roto. En él, Levi nos lega un testimonio único, lúcido, analítico, literariamente perfecto, de la muerte en vida de los hombres, de «la danza de los hombres apagados» que, como autómatas, marchan cada día hacia el trabajo.

Aunque quizá fuera un accidente, es común -y razonable- aceptar la versión según la cual el 11 de abril de 1987 Primo Levi se tiró por el hueco de las escaleras del edificio en el que vivía. Tres pisos fueron más que suficientes para acabar con la vida de un superviviente de Auschwitz.

El libro de Levi del que yo quería hablar aquí es una de las primeras manifestaciones literarias de la Shoah que vieron la luz tras la Guerra (una de aquellas que consideramos «canónicas», junto a las de Imre Kertész o a las de Jean Améry), y su autor pertenece a ese gran grupo que podríamos denominar de testigos-narradores, es decir, el de aquellos que vivieron en su propia carne los hechos del Holocausto y luego ofrecieron al resto del mundo el tamiz de su mirada. El otro grupo estaría integrado por quienes no han sido testigos directos del evento, pero que aún así tratan de transgredir el célebre interdicto cultural que castiga la recreación de la catástrofe europea por parte de quienes no la vivieron, o de quienes buscan hacerlo desde el «perverso» ángulo de la ficción.

A medio camino entre los testimonios de Filip Müller y el film de Roberto Benigni, encontramos otra de esas representaciones tempranas del Holocausto, un testimonio interesantísimo, algo más raro, menos canónico, quizá menos testimonio: Anotaciones de Jakob Littner desde un agujero bajo tierra, publicado en 1948 y editado en España por Alba Editorial en 2004 (trad. de Lidia Álvarez Grifoll, 152 páginas).

Por un lado hay un testigo-narrador (Jakob Littner, 1883-1950), un comerciante judío de Múnich al que los nazis fueron a buscar la noche de 1938 para deportarlo a su país natal, Polonia. Aunque aparentemente todo se arregla y Littner puede volver a Alemania, los nazis perseveran en su obsesiva persecución hasta que Littner tiene la extraña suerte de ser escondido, previo pago, en el sótano («un agujero bajo tierra») de un noble arruinado que lo mantendrá oculto en una localidad de nombre impronunciable hasta su liberación en 1944. Allí Littner escribirá un diario en el que «las escenas de terror, la aventura inconcebible que tuve que vivir, el miedo a morir», son narradas con un curioso tono absurdo que nos muestra a un Littner que a pesar de ser judío no ha visitado una sinagoga desde hace años, y que a pesar de ser polaco no ha estado antes en el país ni conoce el idioma.

El «manuscrito» original de Littner, sus anotaciones -publicadas en alemán en 2002-fueron rescatadas por el escritor Wolfgang Koeppen (1906-1996), autor de una célebre trilogía compuesta por las novelas Palomas en la hierba (1951), El invernadero (1952) y Muerte en Roma (1954). Así que además de un testigo-narrador tenemos a Koeppen, quien se apropió de la idea de Littner, completó sus anotaciones y convirtió el sufrimiento de una persona real en una obra literaria de extraordinaria calidad.

El arte reelabora aquí la realidad, y este diario-testimonio-novela, que tiene por eje central la persecución kafkiana de un hombre inocente, trasciende la simple crónica testimonial para entrar en el terreno de la estética (universal). La polémica siempre estará abierta: ¿hasta qué punto es legítima la apropiación de una experiencia ajena de tal magnitud y gravedad? ¿hasta qué punto es problemática la relación ficción-realidad cuando se trata de un evento extremo, inabarcable, previamente desconocido?

En 1978, el escritor y superviviente húngaro-rumano Elie Wiesel escribió en The New Yor Times que «el Holocausto debe ser recordado, pero no como un espectáculo«. Habla Wiesel de la conflictiva pareja conmemoración-trivialización, del recuerdo que no vacía de sentido lo recordado. Por su parte, Koeppen, quien permaneció como autor en la sombra hasta cuarenta años después de la publicación del libro, completa el sentido de las tortuosas experiencias vividas por Jakob Littner. Gracias a la intervención del escritor, lo que sólo serían retazos de una huida, fragmentos de una existencia rota e incomprendida, cobra la fuerza de un hecho real. Hasta tal punto que Koeppen confiesa:

 

«Escribí la historia del sufrimiento de un judío alemán. Y así se convirtió en mi historia».

 

En nuestra historia.

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