TPR #13 | Aldous Huxley

Café Con/suelo, The Paris Review
[Diario de lectura de las entrevistas aparecidas en The Paris Review entre 1953 y 2012]

En mi imaginario, Aldous Huxley es como un abuelo muy especial. No especialmente cariñoso, pero tremendamente sabio y divertido. Supongo que esto es así desde que leí, como todos, Un mundo feliz, o quizá desde que me asomé furtivamente a los ensayos de Si mi biblioteca ardiera esta noche, que yo mismo le había regalado a mi padre siendo aún un chaval y sin saber muy bien qué tenía entre las manos. A raíz de ese libro supe que Huxley no era solo un escritor satírico de una vastísima cultura, tanto científica como literaria, sino que además mantenía una curiosa relación con las drogas y con el misticismo.

En esta entrevista de 1960, Raymond Fraser y George Wickes se dedican a apuntalar esa imagen familiar que guardo de Huxley. «Si alguien, por ejemplo, saca el tema de la gastronomía victoriana, Huxley recita con toda naturalidad, plato por plato, un menú típico del príncipe Eduardo, desde los aperitivos hasta el postre». Más allá de lo extraordinario de este ejemplo, Huxley sabe de todo, lo ha leído todo, lo ha comprendido todo. Hasta el punto de que, según comentan los entrevistadores, hay quien piensa que su supuesta sabiduría es solo un espejismo, producto de un ingeniosos truco.

Huxley tiene 66 años y morirá solo tres años después a causa de un cáncer de laringe. La entrevista tiene lugar en su casa de Hollywoodland, a las afueras de Los Ángeles, y su gran altura —mide más de un metro noventa—, su hombros anchos y su complexión delgada lo hacen parecer un espectro que, además, a pesar de su deteriorada visión, se mueve instintivamente por el espacio familiar sin necesidad de tocar nada. Es un escritor muy consciente de su trabajo, y aunque no se alarga demasiado contestando a cuestiones relacionadas con su oficio, sabe bien de lo que habla y tiene una concepción bastante clara del conjunto de su obra. Como muchos de los escritores entrevistados hasta el momento —Simenon o Thurber, por ejemplo—, Huxley confiesa que no planifica la estructura de sus novelas antes de empezar a escribir. Primero tiene una idea difusa de lo que va a ocurrir, algo muy general, y la narración se va desarrollando a partir de ahí. «A veces, cuando ya llevo mucho escrito, me doy cuenta de que la cosa no funciona y tengo que desecharlo todo». No empieza un capítulo sin haber terminado el anterior, y nunca sabe qué va a ocurrir hasta que no le ha dado la forma definitiva: «Las ideas me van llegando con cuentagotas y, cuando hay goteo, tengo que aprovechar el tiempo para transformar las ideas en algo corriente».

Y es que Huxley es un escritor de ideas. Según él mismo, las tramas y las situaciones —engarzar sus ideas en una buena historia— son lo que más difícil le resulta, aunque tampoco la creación de personajes le resulta especialmente sencilla. «Y ese proceso, ¿es placentero o doloroso?», preguntan los entrevistadores con el consabido maniqueísmo. «No, no es doloroso, pero es un trabajo arduo. Escribir es una actividad muy absorbente y agotadora», contesta Huxley con los pies en la tierra. Aun con todo, defiende que se puede decir más sobre ideas abstractas generales a través de personajes y hechos concretos, ya sean ficticios o reales, por eso valora tanto la narrativa, la biografía y la historia. En concreto, admite que «en la ficción se dan la mano lo absoluto y lo relativo, por así decirlo; la expresión de lo general y lo particular. Y eso, para mí, es lo emocionante, tanto en la vida como en el arte». Esto le lleva a apreciar una novela como El conde de Montecristo, pero admitiendo que en ese tipo de libros aún no está todo dicho. «Para mí, lo excepcional es crear un relato de ficción que incluya al mismo tiempo algún significado parabólico», y cita con entusiasmo La muerte de Iván Illich de Tolstói o Memorias del subsuelo de Dostoievski. Creo que este razonamiento es el mismo que utiliza, aunque en sentido opuesto, para valorar la literatura de Virginia Woolf: «Woolf tiene una mirada de una clarividencia increíble, pero es como si lo observara todo a través de un cristal. Nunca toca nada».

Para Huxley, por el contrario, las ideas y las aventuras, la filosofía y la ficción, debe ser casi una sola cosa. Quizá por eso, como su paisano Durrell, se lamenta de cierto carácter británico: si Chaucer hubiera nacido dos o tres siglos después, si no hubiera escrito en un período en el que su lenguaje estaba en vías de extinción, habría cambiado el curso de la literatura inglesa y «no habríamos padecido esa especia de manía platónica de separar la mente del cuerpo y el espíritu de la materia». A lo largo de toda su producción literaria, Huxley rechazó esta separación que le permitió escribir de lo divino y de lo humano para revistas como Vanity Fair, Vogue o House and Garden y a la vez crear las sátiras más mordaces de la sociedad de su tiempo, dejarse influir por Proust o Gide y experimentar los efectos del ácido lisérgico para comprender mejor las visiones de Blake. En cuanto a sus experiencias con LSD, de las que da buena cuenta en su ensayo Las puertas de la percepción, le parecen altamente recomendables, aunque no disfraza su consideración de entusiasmo obcecado ni de esoterismo barato. Al contrario, a través de él parece hablar la voz de la ciencia y la lucidez: «Es muy saludable darse cuenta de que el universo más bien soso y aburrido en el que la mayoría de nosotros pasa casi todo el tiempo no es el único que existe».

El escritor tuvo su primer contacto con la droga —la dietilamida de ácido lisérgico— a través de un joven psiquiatra británico que estaba experimentado con los efectos de la sustancia en Canadá y al que se ofreció como conejillo de Indias. El carácter «vanguardista» y ligeramente temerario de Huxley se advierte también en su obsesión por el futuro y, en consonancia, en su aversión hacia el pasado. Cuando le preguntan su opinión sobre el psicoanálisis freudiano, Huxley contesta: «El problema de la psicología freudiana es que está basada exclusivamente en el estudio del enfermo. Freud no vio en su vida a un ser humano sano. […] Además, a la psicología freudiana sólo le interesa el pasado». Igualmente, cuando los entrevistadores se interesan por la medida en que le afectan las críticas a su obra, el escritor declara: «A mí nunca me han afectado las críticas por la sencilla razón de que no las leo. […] Los críticos no me interesan porque tienen la mirada puesta en el pasado, en lo que existe, y yo siempre estoy mirando al futuro».

Por esa misma razón Huxley admite no haber leído nunca sus propias novelas. Sin embargo, hay una práctica escritural que ejerce rigurosamente —la corrección sistemática y continuada de los textos que está escribiendo— en la que el pasado y el futuro se conjugan indefectiblemente: «En general lo reescribo todo varias veces. Todas mis ideas son segundos pensamientos». Cuando piensa, ya es pasado —Dumas, Chaucer, Blake— y cuando corrige, ya es futuro —»soma», LSD, La isla.

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