[Diario de lectura de las entrevistas aparecidas en The Paris Review entre 1953 y 2012]
Compruebo que algunas entrevistas van a exigirme un par de días de lectura. Esta de Ralph Ellison, realizada en 1955, tiene sin duda más enjundia que las anteriores. No es demasiado larga, pero teniendo en cuenta lo que dura el primer café de la mañana conviene prolongar su lectura el tiempo necesario. No es ningún secreto que los diarios son mi peor enemigo (los calendarios, podría decir) y que un día puede expandirse en mí hasta ocupar tantas jornadas como hagan falta. Por eso este diario de lectura será tan inconsistente en su progresión como respetuoso con las voces de Ellison y compañía.
Ralph Ellison, que naturalmente no es H. G. Wells, es también autor de una novela titulada El hombre invisible, de 1952. Me sorprende que la tercera conversación de este volumen, que bien se podría considerar la primera por su altura moral e intelectual, esté dedicada a un escritor negro del sur de los Estados Unidos. Ellison, ganador del National Book Award de 1953 y considerado por el crítico Harold Bloom el «heredero legítimo de Melville y Dostoievski, de T. S. Eliot y Hemingway, de Faulkner y Malraux», es interrogado aquí por Chester & Howard, quienes no dudan en referirse a «su prosa crepitante y luminiscente, a veces rabiosa pero siempre controlada». Como detectives tratando de desvelar los secretos del escritor —de su oficio, sus ambiciones y sus fracasos— los entrevistadores comienza introduciendo la «escena del crimen»: el parisino Café de la Mairie, donde Djuna Barnes escribió su novela de 1936 El bosque de la noche.
La entrevista aborda aspectos biográficos y literarios. Por eso sabemos que la lectura epifánica de Ellison fue La tierra baldía de Eliot, y que tras un intento fallido de colaboración literaria en la revista New Challenge se fue con su hermano a Ohio, donde ambos se ganaban la vida como cazadores. Con gran independencia y un férreo compromiso, tanto social como literario, el escritor comenta su relación con la literatura (las lecciones aprendidas de Hemingway y su interés por Dostoievski), su posicionamiento frente a la «cuestión racial» en Estados Unidos, su interés por el folclore como expresión de la voluntad de supervivencia del grupo o su relación con la crítica literaria del momento (cegada en muchos casos por el supuesto carácter de protesta social de su novela).
Ante una pregunta envenenada de los entrevistadores —»¿no es difícil para el autor negro escapar al provincianismo, teniendo en cuenta que su literatura sólo refleja a una minoría?»—, Ellison responde con una elegancia y una practicidad apabullantes: «Todas las novelas tratan sobre alguna minoría: el individuo es una minoría. En la literatura, la universalidad —¿no es eso lo que reclamamos todos hoy en día?— sólo se alcanza mediante la representación de un hombre específico en unas circunstancias específicas». El autor lo deja claro en varios puntos de la conversación: «La experiencia del hombre negro es la de América y el Oeste, y es tan rica como cualquier otra. […] Esto es algo que no me puedo tomar a la ligera, y no me dejo impresionar por aquellos que son incapaces de reconocer su importancia. Para mí es importante, y punto».
Sin embargo, antepone seriamente su preocupación por el arte frente a la preocupación por las injusticias, ya que un libro no se sostiene por la postura política que adopta en un determinado momento, sino por su reflexión sobre la trágica lucha del ser humano. La denuncia y la protesta social no son incompatibles con el arte, pero nunca deben opacarlo: «Tanto el Quijote como La condición humana, Edipo Rey o El proceso son libros que expresan algún tipo de protesta, incluso contra las limitaciones de la propia vida humana. Si la protesta social es la antítesis del arte, ¿cómo habría que interpretar a Goya, Dickens o Twain?». Ellison apostilla, además, una apología de la independencia del escritor como opción para trascender humanísticamente la condición efímera del panfleto y la propaganda: «Si un autor negro, o cualquier otro autor, va a hacer lo que los demás esperan de él, ya ha perdido la batalla antes de empezarla».
Con esta tercera entrevista el primer volumen de The Paris Review despega hacia cotas realmente interesantes, donde las preocupaciones específicas de un escritor se vuelven inquietudes universales y tremendamente actuales. En tiempos de supremacismo blanco y asaltos vergonzantes al Capitolio norteamericano, las reflexiones de Ralph Ellison sobre su sociedad, pero también sobre su literatura, se muestra vívidas, certeras e inquietantes. No puedo evitar pensar en La maravillosa vida breve de Óscar Wao, de Junot Díaz, o en Desierto sonoro, de Valeria Luiselli —novelas escritas en inglés por escritores latinoamericanos afincados en Estados Unidos— cuando leo estas palabras del escritor de Oklahoma, pronunciadas a mediados del siglo pasado: «La novela estadounidense es una conquista de nuevas fronteras: en el proceso de describir nuestra experiencia, la engendra».
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