[Diario de lectura de las entrevistas aparecidas en The Paris Review entre 1953 y 2012]
Esta mañana he leído la entrevista a Graham Greene, realizada en 1953. Los detectives, en esta ocasión, son Raven & Shuttleworth. Más que entrevistadores, parecen haber asumido la voz del propio novelista, pues la apertura del texto, en la que los periodistas introducen al entrevistado y ambientan el escenario en el que tiene lugar la conversación, se convierte aquí en el inicio de una muy buena novela. La descripción de Saint Jame’s Street, donde vive Greene, con su perfume a dinero y elegancia, no tiene nada que envidiar a las mejores descripciones literarias. «Es una zona ennegrecida por la elegancia: los Rolls Royce y los bombines de los hombres son negros, los zapatos de tacón y los vestidos distinguidos de las mujeres son negros, y en los pisos más augustos hasta las bañeras son de mármol negro».
En medio de todo ese glamour, el escritor Graham Greene los espera en un salón enorme con varias estufas encendidas. El contraste, sin embargo, es evidente: «Traje marrón, zapatos marrones, rostro marrón». El único indicio de una obsesión, apuntan los entrevistadores, es una colección de setenta y cuatro botellines distintos de whisky colocados encima de una librería, «grotescos como una convención internacional de novicios salesianos».
A partir de esta acertada blasfemia y a excepción de algunos pasajes, la conversación pierde interés gradualmente. Los entrevistadores son mejores introduciendo la entrevista que desarrollándola. De hecho, hubiera disfrutado varias páginas más con ese tono ácido y perceptivo. Sin embargo, comienza el interrogatorio.
Es llamativa la premisa: vamos a dejar que la conversación fluya para evitar preguntas demasiado obvias o prejuiciosas. Tanto es así, que la primera pregunta tiene relación con una obra teatral de Greene (The Living Room) que los entrevistadores no han visto, pues no se ha estrenado todavía en EE. UU., y de la que solo saben algunas cosas por la reseña de una colaboradora («joven muy perspicaz») que sí ha viajado hasta Portsmouth para verla. Mal empezamos…
Luego varias preguntas (a modo de asedio) sobre el catolicismo del autor; una distinción ingenua (a mi parecer) sobre la evolución de Greene a través de lo que él mismo considera «la novela melodramática, la contemporánea y más adelante la católica»; algunas banalidades más o menos curiosas sobre el oficio y la vida del escritor; unas cuantas respuestas esquivas y, por fin, una reflexión muy lúcida sobre por qué un novelista, según Graham Greene, debe reconocer sus propias obsesiones:
«Porque, si no es así, el novelista tiene que depender enteramente de su talento, y el talento, por muy grande que sea, no puede sostenerlo todo, mientras que una pasión dominante, como ya hemos visto, es capaz de conferir a toda una serie de novelas la unidad de un sistema».
Ya hacia el final, con cierto efectismo y como sugiriendo que todos podrían haberse ahorrado esa conversación y haber abierto, hacía ya un rato, un par de esos botellines de whisky, dice Greene: «No se lo tomen a mal si les digo que escribo como escribo porque soy como soy».
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Es estupendo leer tu maravillosa forma de recuperar estas entrevistas. ¡Enhorabuena! Saludos
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Muchas gracias. Me alegro de que te gusten. Es un placer contar con tu lectura y que hayas tenido la generosidad de escribir. Un abrazo.
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