105.

Café Con/suelo

Solo sé que no sé nada cuando leo los obituarios de personas ilustres en redes sociales.

Todo el mundo admira con fervor unánime a Luis Eduardo Aute, Karl Lagerfeld, José Luis Cuerda, Stephen Hawking, Aretha Franklin, Stan Lee, Yannis Behrakis, Rafael Sánchez Ferlosio, Niki Lauda, Doris Day, Eduard Punset, Arturo Fernández o Joao Gilberto, por mencionar solo a algunos recientemente desaparecidos. Y esto me hace recordar ese vídeo que circula por internet estos días donde, con la vena cava a punto de explotar, el alcalde de un pueblecito de Sicilia regaña y pone firmes a sus conciudadanos por saltarse el confinamiento obligatorio para merendar con los vecinos en los espacios comunes del edificio. El alcalde, que parece conocer bien a su gente, se pregunta si es que ahora, en tiempos de pandemia, va a resultar que esos vecinos que no se soportaban sienten la irrefrenable necesidad de abrazarse y celebrar soirées comunales. Un poco como esas personas que antes se pasaban el día bebiendo cerveza tiradas en el sofá y ahora se les cae el pelo del estrés porque no pueden salir a hacer deporte al aire libre.

Pero lo más sorprendente no es que Aute o Lagerfeld tengan admiradores hasta debajo de las piedras. Ni siquiera lo más sorprendente es que estos admiradores solo se manifiesten cuando el admirado ya está frío. Lo más sorprendente es que el admirador fervoroso de Aute, una vez develado por el fallecimiento del admirado en cuestión, resulta ser el mismo admirador fervoroso de Karl Legerfeld, Stan Lee o Arturo Fernández.

Pero hoy he venido a hablar de otra cosa. Día 25 o 26 del estado de alarma. Las cosas siguen más o menos igual. Me he propuesto deshacerme de varios libros que no leeré nunca y no sé si dejarlos en una bolsa grande junto al portal del edificio o si tirarlos directamente por la ventana. ¿Se los llevará alguien de camino a la farmacia o al supermercado? ¿Serán los dueños de perros los únicos custodios de las bibliotecas del futuro?

Acaba de pasar una ambulancia cerca de mi casa y me ha recordado lo que me cuesta recordar que aún hay gente que sufre ataques al corazón, fracturas de cadera, derrames cerebrales o cáncer de colon. Cuando cierro los ojos el mundo es un hospital de campaña con enfermos a los que les cuesta respirar (con la salvedad de que las palomas miran raro, sospechan, elucubran, especulan y conspiran).

Mis padres viven cerca del monte y ahí (cuentan) se escuchan aves y animalillos de todo tipo. Yo lo más salvaje que veo desde mi ventana es a mi vecina en su bata de guatiné y con los rulos puestos aplaudiendo como un auténtico pinnípedo.

No hace falta que lo busques:

Del lat. pinna ‘ala’, ‘aleta’ y ‒́pedo.

1. adj. Zool. Dicho de un mamífero marino: Que tiene el cuerpo algo pisciforme, con las patas anteriores provistas de membranas interdigitales y las posteriores ensanchadas en forma de aletas, a propósito para la natación, pero con uñas, con tejido adiposo subcutáneo muy abundante y la piel revestida de un pelaje espeso, y que se alimenta exclusivamente de peces.

Lo que viene siendo una foca (y similares).

A. y yo hemos empezado a decir «salir a la calle» para referirnos al momento en que salimos a aplaudir al balcón. Ayer no salí aplaudir. Cuando se acercaban las 20:00 le dije que iba a ducharme. ¿No aplaudes?, me dijo. No, hoy no tengo ganas. Y me fui a la ducha con una extraña sensación de culpabilidad. No me sentía culpable por lo que coño pudiera pensar un vecino, como algunos dicen, sino porque había abandonado a A. y ella no se merece que nadie la abandone. A. es el alma de la calle y cuando llega la hora del aplauso utiliza mi altavoz inalámbrico para reproducir Resistiré o cualquier otra canción animosa. Ayer, mientras yo estaba en la ducha y el agua hirviendo me bañaba la cara, sonó Resistiré y luego La bamba de Los Lobos. Sé que los vecinos le siguen la marcha y agradecen que A. anime un poco el cotarro. Sé que no está sola, pero yo la abandoné igualmente batiéndome en retirada por un puñado de pompas de jabón. Me excuso pensando que no estoy cómodo siendo el centro de atención, más ahora que con el cambio horario las palmas se baten a plena luz del día. Pero supongo que es solo una excusa y que en realidad todo tiene más que ver con el desánimo o con la falta de fe.

Con la puerta del cuarto de baño cerrada y el agua cayendo fuerte, la música me llegaba tamizada de mil maneras, sorda. Estando aún en la ducha, un residuo de aplauso, música tradicional mexicana y salvación colectiva se me pegó a la piel y por primera vez en muchos días me visitó una sensación parecida a la tristeza.

 

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