Tercer día de cuarentena.
Nunca pensé que llegaría al número cien estando encerrado en mi casa. O sí. En cierto modo, ahora me doy cuenta de lo poco que salgo, o de lo mucho que salen los demás, cuando descubro lo que le cuesta a algunas personas pasar un día entero en sus casas.
Ayer, A. y yo seguimos una clase de pilates a través de un vídeo en directo de Instagram. El mundo nos depara muchas sorpresas. El pilates, ya en el suelo, nos llevó a lugares inevitables, y el resto de la mañana estuve corrigiendo unos textos y contestando correos atrasados. A mediodía comimos una ensalada de legumbres con una salsa de mostaza sacada de la manga, y por la tarde merendamos Spritz heterodoxo de Aperol y sidra El Gaitero (y un toque de ginebra) con una fuente desbordada de palomitas. Fue una especie de homenaje secreto a los amigos italianos, pero también un homenaje a nosotros mismos.
Por la noche seguimos viendo Mindhunter.
A. se quedó dormida a partir del segundo capítulo. Luego la desperté con ternura y culpabilidad para ir a la cama. He soñado que me abrasaba la mano derecha y la piel se me desprendía a tiras. No sé interpretar este sueño pero ha sido doloroso. Lo demás es sueño.