Primer día de cuarentena.
Un día tranquilo. Lo que más valoro es la tranquilidad y la distancia de seguridad entre las personas. Hoy he desbaratado una maleta enorme llena de libros que tenía pendiente colocar en mi biblioteca. La mayoría ha encontrado acomodo (ahí estaban los de Pessoa, que había perdido de vista), pero otros tendrán que buscar un nuevo hogar fuera de aquí. Ordenar la biblioteca es una de las formas de la crítica literaria, y esa es probablemente la que más voy a ejercer en los próximos días.
Ayer regué las plantas y limpié el cristal al ácido de la puerta del pasillo. Esta mañana he llevado algunos libros a mis padres, para el confinamiento, y he vuelto con comida y dos plantas más.
Hace poco he hablado con mi abuela, que está sola, para saber cómo le ha ido el día. Yo no vivo lejos, pero sola es como mejor está en estos momentos. Le he vuelto a decir que, si necesita cualquier cosa, aquí estoy, y me ha respondido que acababa de hacer un bizcocho de chocolate. Es su manera de decirme que mañana me pase a echar un vistazo.
Por la tarde, A. y yo hemos salido unos minutos a tomar el aire. La ciudad estaba desierta. Mañana ya no podremos pasear.
Esta noche vuelvo al diario de Gombrowicz, 860 páginas, y leo: «Llegué a Berlín como al final de un peregrinaje por Europa, como al lugar más real y más fantástico. El viaje era doble, primero en el mapa y después en mí mismo. Berlín se convirtió en mi aventura interior…, pero me he dado cuenta de ello solo ahora, poco a poco, mientras escribo…».
No hace mucho que estuve en Berlín por primera vez y creo que voy a volver allí esta noche. Como Xavier de Maistre, que escribió Viajes alrededor de mi habitación durante un confinamiento de cuarenta y dos días en la ciudad de Turín. Si me queda imaginación viajaré también a Turín esta noche. Hasta mañana.