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Café Con/suelo

Limpiar el cuarto de baño es un acto reconciliador. Me recuerda lo que hay de humano en todos nosotros. Me devuelve, aunque sea solo ligeramente, al estado natural del que partí, del que partimos, como ver a alguien retorciéndole el pescuezo a un pollo y olvidar por un momento las bandejas de poliestireno y la carne rosada, casi pálida, con olor a Nenuco, que compramos por montones en el supermercado. Hoy he limpiado el cuarto de baño con la mayor de las razones, que no es la higiene, sino la visita de una amiga muy querida que vive lejos. El autobús de P. debe estar al llegar desde Granada, arrastrando dos horas de retraso, después de un largo viaje desde su ciudad natal, París, y otro desde su ciudad mental —nuestra ciudad mental, donde la conocimos—: Nápoles. Si no fuera por ella, por su visita, yo estaría de camino a escuchar una conferencia titulada «De San Roque a la Habana, pasando por Barcelona». Pero no, estoy aquí, con el olor a Don Limpio todavía pegado a las manos, esperando un autobús que llega con retraso —de París a Granada, pasando por Nápoles—, reconciliándome con lo que hay de humano en todos nosotros, como la amistad.

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