77.

Café Con/suelo

2×1. Tenía apuntado en algún sitio que el martes tenía que estar a las 20h en la presentación del libro de David CanoEstuve todo el día escribiendo porque tengo que entregar unas cosas que me llevan de cabeza y además me he metido yo solo en un berenjenal del que ya veré si puedo salir. Pero todo es muy ilusionante, eh. El caso es que el martes llegó hace dos días y yo me lo pasé con la cabeza en un fango de historias y párrafos que para qué te voy a contar. Mientras, en otra habitación, A. se prepara para un examen que tumbaría a cualquiera, menos a ella. No es que esta situación dificulte la convivencia, pero digamos que sube un par de grados la intensidad. Hablando de esto con María le dije que por donde pasamos A. y yo últimamente se marchitan las flores y no vuelve a crecer la hierba. Por supuesto, es una referencia a Atila que no tiene nada que ver conmigo, pero hay gente a la que le sirve exagerar sus problemas, como que así los exorciza, y quise probar. Vamos, que ahora mismo la hierba ni se marchita ni crece; me doy con un canto si se queda como está. Pero la historia va de ese martes pantanoso en el que decidí meterme a la ducha a las 19:50h, arrancar el coche 20:10h y llegar a la presentación de Trabajos forzados a las 20:30h, después de dar un par de vueltas buscando aparcamiento. La clave, para mí, reside en que logré llegar a tiempo para escuchar buena parte de la presentación. Me quedé con el personaje de Marcos, el drama generacional y el tema tan nuestro de la precariedad y la ansiedad. Sudé como un cabrón, por las prisas y porque allí dentro hacía calor, y me fui pitando a escribir en la agenda o en cualquier otro sitio que había conseguido llegar a tiempo a la presentación del libro de David Cano. En la agenda ponía: Acústico de Viva Honduras el miércoles a las 21h. «Hace un día estupendo para matar a alguien». Todavía no había llegado a casa y el plan de mañana se me agarró al cuello. Le tenía muchas ganas a ese concierto pero sabía que no podría ir. No iba a engañar al tiempo, como el día anterior, pero aún podía engañarme a mí mismo. Así que el día siguiente, el miércoles, lo pasé enfrascado en las mismas historias y en los mismos párrafos, diciéndome que a las 21h tenía concierto. Tenía concierto y también tenía trabajo pendiente, así que no podría ir. Resignación. Estaba anocheciendo y me metí en una piscina cubierta; una piscina privada, no demasiado grande, con la cubierta traslúcida a un metro y medio del agua. Me dejé flotar en el líquido tibio y recordé los consejos que R. me habían dado sobre la meditación, sobre despejar la mente y aliviar el estrés. Cerré los ojos y traté de seguir el ritmo de la respiración. En el silencio absoluto mi exhalaciones parecían las de un soplador de hojas. Los primeros cinco minutos fueron los más convulsos. Me abordaron cientos de pensamientos, como de qué forma escribir sobre dos días en una sola entrada del blog, y entonces decidí abrir los ojos y fijar la mirada en las gotas de agua condensada sobre la cubierta de plástico de la piscina. En los siguientes diez minutos conseguí relajarme. Cuando pasaron quince minutos pensé que estaba muerto. Cuando el reloj contó veinte, estaba muerto. Es buena idea esto de meditar en el agua. No lo es tanto, quizá, hacerlo flotando boca abajo.

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