75.

Café Con/suelo

Ayer las temperaturas bajaron drásticamente y por la noche llovió un poco, solo un poco. Esta mañana me he levantado con la esperanza de que el día nublado y fresco haría más llevaderas las horas frente a la pantalla del ordenador. Ayer experimenté un calambrazo de inspiración que habría agradecido tener hace un par de meses, cuando más lo necesitaba, y hoy me he despertado dispuesto a seguir explotando la fuente de esa lucidez rara. Pero las cosas no llegan siempre cuando uno quiere. La inspiración llegó ayer y tampoco estuvo mal. Siempre viene bien ese estímulo de origen desconocido, y aunque no sé si es verdad que Picasso dijo eso de que la inspiración te tiene que encontrar trabajando, sería extraño que nada ni nadie me encontraran demasiado lejos de mi escritorio últimamente. El caso es que no estuve nada mal, ayer. Pero al contrario de lo que todos esperábamos, hoy el cielo está despejado y el sol abrasa. Además, la lluvia ligera de anoche no ha llegado a empapar la tierra y lo único que nos queda de ella es un ambiente húmedo y bochornoso. Cada vez me molesta menos sudar en la playa o haciendo ejercicio, pero sudar escribiendo es insoportable. Mis esperanzas de un día nublado y fresco se han diluido ya. Solo permanece el recuerdo del sonido frenético de las teclas —imparable— y esa media sonrisa que aún me sale cuando pienso en el encuentro con Lolo Seisdedos. Mañana, si hace menos calor y tengo ganas, os contaré la historia de Lolo Seisdedos. Porque mañana —y esto es lo más cercano a la verdad que vais a leer hoy— será otro día.

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