Se me olvidó decir que ayer pasé por la librería de Araceli, que en mi cabeza no podría llamarse de otro modo que La librería de Araceli. Estuve allí tan solo unos minutos, lo justo para que una clienta nos interrumpiera (a Araceli y a mí, que charlábamos amigablemente) para preguntar por un cómic que quería regalarle a un niño. «Un cómic de esos como los tebeos antiguos, parecidos a una revista», pidió la señora. Además de humilde lector de cómics, dicen por ahí que, una vez librero, librero siempre, así que no pude evitar meterme en medio para «atender» a la clienta que, por descontado, ya estaba siendo maravillosamente atendida por Araceli, que para eso es su librería y no en vano ella misma pertenece a la selecta liga de las World Best Booksellers (WBB a partir de ahora). Pero nada, que no me contuve, y es raro porque por lo general soy una persona contenida. Un tipo cauto y serenito, pero que no, que no me contuve y me puse a hablarle a la señora que si estos cómics tal, que si estos otros cual. El caso es que ahora, a toro pasado, me preocupa pensar que quizá hice mal en interrumpir a Araceli para hablar con su clienta. Me pregunto ahora, señoría, si a lo mejor hice mal aconsejándole a la señora que buscara el cómic en otra librería.