Tiempo de silencio es una novela de Luis Martín-Santos y también el título de mis últimos diez días. Después del papeleo viene la extenuación, y más tarde las listas y los mejores del año. La gente ya empieza a hablar con un polvorón metido en la boca. Pronto se oirá a los primeros graciosos decir «hasta el año que viene», estrechando nuestra mano y jugando con un guiño idiota a la especulación metafísica del tiempo. Pronto será fiesta y habrá banquetes y vómito y alcohol y matasuegras. Vuelven a escucharse las Zambombas del Apocalipsis, aunque hace tiempo que las luces están encendidas. Mejor las luces, siempre, que muchas negruras que leo y escucho a diario. Así mejor el vómito y los matasuegras. O sea que el silencio es siempre necesario. Eso digo para justificar estos últimos diez días de madriguera en madriguera, de madrugón en madrugón. Ni obligarme a escribir me cura a veces de la desidia, por eso me culpo. Ni el compromiso con los otros ni conmigo mismo. Bueno, a veces pasa. Es cuestión de tiempo. Silencio de tiempo. No todo el mundo sabe que hay que escupirse en la mano para hacer sonar una zambomba.
Imagen: Juan Muñoz, The Wasteland, 1987