23. Hoy

Café Con/suelo

Hoy no he salido de casa en todo el día. Me desperté, pospuse la alarma unos minutos, di unas cuantas vueltas en la cama y la alarma volvió a sonar. Me levanté sin ganas y preparé la cafetera. Me tomé un vaso de zumo y mientras el café se hacía fregué prácticamente toda la vajilla de la semana. Como mínimo necesitaba una taza, un plato y una cuchara, así que lo fregué todo y puse el contador a cero. Qué despejada y limpia se ve la cocina sin todo amontonado en el fregadero. Escuché el último sashimi de La vida moderna y leí en el móvil el blog de mi amigo Rodrigo. Cuando terminé de desayunar encendí el ordenador, me lavé los dientes y me senté en el escritorio. Probé varias músicas de fondo, me levanté a mear unas cuantas veces, me decidí por una de esas grabaciones de tres horas con sonidos de pájaros y agua fluyendo. Escribí, me levanté, escribí, me levanté, escribí, me asomé al balcón para ver si el mundo seguía allí, y seguí escribiendo. Luego hablé por teléfono con un amigo que estaba a la espera de saber si iba o no a ganar un premio antes de irse a comer con otro amigo. He esperado —un poco impaciente yo también— a que se fallara el premio, nervioso además por saber cómo le estaría yendo a Amelia en el trabajo que hoy empezaba. En toda la mañana no he tenido ninguna duda de que iba a ir bien, pero uno se pone nervioso igualmente. He ido a mear varias veces más, por los nervios, por el aburrimiento, por el sonido del agua fluyendo por arroyos de montaña bajo mi escritorio. Me ha dado hambre y he cocinado una rodaja de salmón que llevaba descongelando en el frigorífico desde anoche. Adiós anisakis. La he cocinado en el microondas, que es casi como ver de cerca un milagro. Dos minutos y listo, al vapor, casi sin aceite y sin olores. No estaba mal el salmón. Mientras terminaba de comer he hablado con Amelia y me lo ha contado todo durante los cuarenta minutos que ha durado nuestra llamada y su vuelta en coche del trabajo a casa. De postre, yogur con mango natural. Luego he calentado café de esta mañana y he vuelto a sentarme en el escritorio. Me he levantado varias veces y me he asomado al balcón unas cuantas. He bajado a mirar el buzón pero no había nada (espero un paquete). He seguido trabajando toda la tarde, con los pájaros de fondo, que a veces me agobian un poco. He hablado con mi madre entre que salía de su clase de inglés y entraba a un concierto de órgano en la catedral. Un organista de Nueva York. He visto que mañana lloverá en Murcia. En Madrid hay un 40% de probabilidad de precipitación para mañana. En cualquier caso, la luna es la misma aquí y en Sebastopol, a orillas del Mar Negro. También en Fulda, Alemania. Después de hablar con mi madre he vuelto a llamar a Amelia, pero va como loca con la novedad del trabajo, la adaptación y todas las emociones, así que he colgado. Además, se iba a ver a sus sobrinos. Yo he seguido un rato más en el escritorio, ya asqueado. He anotado por dónde y cómo debía seguir mañana y he cerrado el documento de Word. He vuelto a abrirlo porque he olvidado copiar un enlace que no quiero perder. He guardado el documento y lo he cerrado definitivamente. Iba a apagar el ordenador, por eso de no tirarlo por el balcón, pero he recordado que no había escrito nada hoy en Café Con/suelo. Así que he abierto la web de Lector salteado y he pinchado en nueva entrada. Cansado de la silla, del ordenador, del teclado y del jodido Word, el blanco de la nueva entrada parecía querer escupirme a la cara. He pensado que no tenía nada que decir, y me he preguntado: ¿qué sientes? La respuesta ha sido inmediata: creo que ya he escrito suficiente por hoy. Iluminación. Las musas. He pinchado donde pone insertar título y he escrito: Hoy.

 

 

Imagen: Robert Wilson y Philp Glass, Einstein on the Beach, 2012

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